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Tu teléfono te acerca a quienes están lejos, pero te aleja de quienes están cerca


Para todo hay un momento y un lugar, pero el teléfono móvil está prácticamente en todos los momentos y lugares. Está presente mientras cocinamos, trabajamos, vemos la TV, tomamos un café con los amigos o comemos con la familia. Ha invadido nuestro día a día y ha acabado restando calidad (y cantidad) a los momentos que pasamos con las personas que tenemos cerca.
Por eso decimos que el teléfono móvil nos acerca a las personas que están lejos, pero nos aleja de las que están sentadas a nuestro lado. Whatsapp, Facebook, Instagram, Twitter, etc., nos ayudan a que tengamos el mundo en nuestra mano. Nos aproximan a las personas y al mundo que quieren mostrarnos; ayudan, en muchos casos, a que la distancia física no se empareje con la distancia emocional, aunque también generan intercambios ficticios.
Sin embargo, lo que un día fue una opción comunicativa para todos, hoy nos está convirtiendo en esclavos. Las personas nos apremiamos a contestar con inmediatez. No hacerlo puede tener como consecuencia un tremendo enfado, una soporífera discusión basada en la indignación y una desconfianza que anuda sentimientos.
El teléfono, núcleo de la tiranía de las redes
Estar en posesión un teléfono móvil inteligente o "smartphone” tiene efectos secundarios. El primero es la creación de una imperiosa necesidad de conexión con el mundo, con nuestro trabajo, con nuestros amigos, con el material audiovisual…
El segundo efecto secundario es la incapacidad para estar con uno mismo a solas. Cuando una persona está en el autobús, en el metro, en la calle, tomando un café o en su casa en soledad, suele tener el teléfono móvil como comodín.


    Si nos paseamos por la calle con la intención de valorar este hecho, podremos apreciar la esclavitud. La consecuencia más directa en lo que a uno mismo se refiere, es la escasez de la reflexión personal.
El hecho de estar con el teléfono móvil constantemente provoca que frenemos nuestro diálogo interno. Esto puede ser positivo en ciertas ocasiones, pero en la mayoría empobrece nuestro autoconocimiento y nuestro desarrollo personal.
La obligada necesidad de contestar de manera inmediata, además de dejarnos poco tiempo de reflexión y poca capacidad de elección, nos aleja de las conversaciones, de las miradas, de los contactos.
Parejas, familias, compañeros de trabajo, amigos.., se pasan el día en compañía sin tener un contacto de calidad, sin apreciar el lenguaje no verbal, sin atender adecuadamente a una expresión facial incómoda, a una necesidad afectiva, etc.
    La coacción emocional a la que nos someten las tecnologías de la inmediatez como el whatsapp está acabando con los principios de una buena comunicación. Es habitual encontrarse en numerosos conflictos con personas que exigen cierta fluidez en la conversación.

Aunque no estamos obligados a contestar, socialmente se nos presiona para ello. No hacerlo simboliza dejadez y desinterés, así como toda una declaración de intenciones. Esto termina por "quemarnos” y hacer de nuestros contactos con los demás una verdadera odisea. Por eso cada vez más personas toman la determinación de "borrarse” del mapa virtual.
El saludable drama de la desconexión
Si nos paramos a pensar en cuántas veces desbloqueamos nuestro teléfono a lo largo del día, probablemente la cifra final haga saltar a nuestras alarmas. Pero es más, si intentamos evitarlo, el malestar será notable. Este hecho nos da la pista de que algo está mal en la relación que mantenemos con nuestro teléfono móvil o smartphone.
Enrique Echeburúa, psicólogo español especialista en adicciones, plantea que "lo que caracteriza una adicción es la pérdida de control y la dependencia. Una persona normal usa las redes por su utilidad o placer. Un adicto lo hace buscando el alivio de un malestar emocional no resuelto: aburrimiento, soledad, ira, nerviosismo…”.
La hiperconexión pasa factura a nivel físico y mental. No solo genera fatiga psicológica y social sino también física, concretamente visual. Sin embargo, si no fuera una experiencia gratificante personal y socialmente, no lo utilizaríamos con tanta frecuencia.
No obstante, la posibilidad de "desconectarnos” durante unos días es una opción muy interesante y saludable. Ello nos ayudará a tomar conciencia y a aprender a gestionar el tiempo de conexión al teléfono y a las redes (por ejemplo, limitarlo a partir de una hora determinada).

Desconectarnos de las redes no es tarea fácil: en primer lugar, por la adicción que tenemos y, en segundo lugar, porque supone descolgarnos socialmente casi por completo. Este es un precio que podemos no poder o no estar dispuestos a pagar.
La desconexión durante unos días no cambiará la realidad que vivimos, pero nos servirá para tomar el control, descargarnos de las demandas sociales y volver a apreciar la conversación y el contacto de calidad con las personas que están sentadas a nuestro lado.


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