Las relaciones que tenemos con otras personas marcan de forma importante el bienestar y la salud emocional. Si vives en un entorno armonioso, respetuoso y pacífico, es probable que a nivel personal también te sientas más tranquilo y satisfecho.
Sin embargo, evadir sistemáticamente las discusiones, las discrepancias y las opiniones contrarias no es el mejor camino. Y es que probablemente te estés haciendo un daño que no percibes. Por esto, hoy queremos invitarte a dejar de evitar los conflictos y explicarte qué beneficios tendrá para ti.
La forma en que reaccionamos ante el conflicto es una parte de nuestra personalidad. Hay personas que son excesivamente combativas y tienen dificultades para dialogar. Otras saben hallar un sano equilibrio que les permite comunicarse asertivamente. Y otras simplemente huyen de las discrepancias y procuran conciliar a toda costa.
Si formas parte de este último grupo, has de saber que tu tendencia responde a un motivo (que a continuación comentaremos). Sin embargo, pese a que no sea "tu culpa”, es importante que te hagas responsable y comiences a trabajar en ello para evitar sus repercusiones negativas.
Mujer pensando sentada en la ventana
Huir de los conflictos perjudica a la autoestima y a las relaciones con los demás.
Personas que evitan el conflicto
No es sencillo darnos cuenta de que somos evitadores sistemáticos de conflictos. Y es que esta es una actitud generalmente apreciada y bien valorada por los demás, quienes nos considerarán personas generosas y fáciles de llevar. Incluso nosotros mismos podemos estar orgullosos de este rasgo y considerarlo positivo.
Ahora bien, sería conveniente que revisaras esa valoración si muestras varios de los siguientes comportamientos propios de las personas que evitan el conflicto:
Buscan complacer y agradar a los demás. Esta es siempre su prioridad, por encima incluso de sus propias necesidades.
Callan sus opiniones, emociones y aportes si estos van en contra de la tónica general de su interlocutor.
Tienen dificultades para poner límites, hacer peticiones y expresar quejas o críticas. Comúnmente reprimen sus emociones para no incomodar a otros.
Cuando hay un problema que requiere solución, se niegan a verlo y prefieren ceder o pasarlo por alto antes de generar una discusión.
Se sienten realmente incómodos debatiendo o enfrentando posturas.
Todas estas actitudes generalmente son el resultado de un aprendizaje temprano adquirido en la infancia. Es propio de quienes se criaron en ambientes muy autoritarios o con cuidadores poco receptivos a las necesidades infantiles. Cuando esos niños lloraban, gritaban, expresaban desacuerdo u oposición, sus cuidadores no estaban disponibles para aceptar sus emociones y darles lugar y, por el contrario, respondían con rechazo, amenazas, castigos o retirada de afecto.
En consecuencia, esa persona aprendió que para ser amada y aceptada (para sobrevivir, realmente) debía ajustarse a las expectativas ajenas, ser complaciente y "no molestar”. Trasladado a la vida adulta, esto nos habla de una persona desconectada de sus necesidades, con pobres habilidades comunicativas y una baja autoestima.
Evitar los conflictos trae consecuencias
Lo cierto es que esta actitud pudo ser útil (y necesaria) durante la infancia para ganarse el favor de los cuidadores. Incluso hoy en día permite evitar confrontaciones, peleas y otras situaciones que incomodan y desagradan a la persona. Sin embargo, a cambio, genera unas consecuencias nada deseables. Y es que al evitar los conflictos, te estás perjudicando de varias formas:
Dejas a un lado tus necesidades y te sacrificas por los otros. Esto constituye una falta de respeto hacia ti mismo que perjudica tu autoestima y tu relación contigo. Te demuestras, en cada acto, que no puedes confiar en ti para cuidarte y priorizarte.
Toleras faltas de respeto ajenas y permites que otros pasen por encima de tus límites. Esto genera relaciones abusivas y desequilibradas que crean un gran desgaste y sufrimiento emocional.
No te permites expresar tus emociones y, al reprimirlas, puedes afectar tu estado de salud. Recuerda que cada emoción cumple una función, está ahí por un propósito que no podemos simplemente ignorar.
Dejas los problemas sin solucionar y esto hace que se repitan y perpetúen. Si alguien actúa de forma incorrecta y no expresas tu desacuerdo, no solo seguirá haciéndolo, sino que además es probable que surja en ti un fuerte resentimiento hacia el otro.
Afectas tus relaciones personales por la falta de comunicación. Y es que al evitar el conflicto, ceder y asentir siempre estás creando un muro que impide al otro saber qué piensas y necesitas realmente. Y esto, a la larga, dificulta y empaña los vínculos.
Mujer llorando por su pareja
Huir de los conflictos implica no expresar la opinión propia y una baja autoconfianza.
Cómo dejar de evitar los conflictos
Si te ves reflejado en las anteriores situaciones, es importante que tomes medidas para revertir la situación. En primer lugar, comienza por cambiar el modo en que ves el conflicto. Deja de interpretarlo como algo negativo que debe evitarse a toda costa y procura percibirlo como una oportunidad para clarificar ideas y opiniones y encontrar soluciones.
Por otro lado, acostúmbrate a entrar en contacto contigo. Es probable que estés acostumbrado a no pensar siquiera qué deseas o necesitas por centrarte en lo que quieren los otros, pero es momento de priorizarte. Pese a que no seas capaz de expresarlo o hacerlo valer, comienza al menos por entrar en contacto con tus pensamientos y emociones en cada momento y por hacerte consciente de ellas.
Una vez dado el anterior paso, trata de exteriorizar en la medida de lo posible. Comienza a poner límites, a hacer peticiones o a expresar desacuerdos en situaciones que sientas seguras para ti y poco a poco. Con la práctica te irás sintiendo más cómodo y podrás trasladar esta conducta a otros escenarios más complejos.
Ante todo, pierde el miedo a decepcionar a los demás y recuerda que no pasa nada si el otro se enfada. Ya no eres un infante dependiente de sus cuidadores, sino un adulto con derecho a expresarse y con capacidad para afrontar las discrepancias.
Por último, si estas tareas te resultan muy complicadas o no te ves preparado para llevarlas a cabo, no dudes en buscar ayuda profesional. La psicología clínica dispone de técnicas y herramientas que te ayudarán a ganar seguridad y a saber cómo hacer valer tus opiniones de forma adecuada.