Vivimos en una sociedad que está repleta de exigencias laborales, sociales y familiares y, por supuesto, es difícil no subirse al carro con las propias exigencias personales. A continuación, hablaremos más acerca de la autoexigencia y la necesidad de control.
A veces, resulta casi imposible tomarnos un respiro cuando la sociedad va tan deprisa, tenemos listados interminables de tareas pendientes, varias agendas que nos "ayudan” a organizar y optimizar el tiempo, compromisos con los que debemos cumplir y labores en el hogar o con la familia que tenemos que atender.
"¿Seré buena madre?”, "si me quedo hasta tarde se valorará más mi trabajo”, "no puedo cometer errores”, "¿me aprecian mis amigos?” son algunos de los muchos cuestionamientos más comunes.
La exigencia excesiva
Esa necesidad impuesta por alcanzar una meta nos puede llevar a la creencia errónea de que se puede y se debe lograr la perfección en todas o la mayoría de las áreas de nuestra vida.
Plantearnos metas le da sentido a nuestra vida, el problema surge cuando son metas inalcanzables, ya sea porque se crearon a partir de ideales o porque los objetivos que nos marcamos no son realistas, "nunca llegaré tarde al trabajo”.
Debo vs. Quiero, un debate común
Comencemos por replantearnos si las metas que nos proponemos dependen única y exclusivamente de nosotros; es decir, si son asequibles en función de nuestras cualidades o recursos personales y también de nuestras circunstancias, el entorno y las relaciones.
Luego, pensemos si de verdad queremos emprender el camino hacia ese fin o en realidad lo sentimos como una obligación impuesta por la sociedad, el entorno o por nuestras propias creencias sobre ese ideal de excelencia.
Es bueno que nos animemos a llevar a cabo la siguiente tarea reflexiva: separaremos en dos columnas las cosas que hacemos al cabo del día, en función de sí las sentimos como una obligación o forman parte de nuestras elecciones. En la primera, escribiremos "Debo o tengo que” y en la segunda "Quiero o me gustaría”. Veamos un ejemplo muy sencillo:
"Debo quedarme este fin de semana en casa porque tengo que limpiar, poner lavadoras y planchar. Sin embargo, quiero irme a la playa porque me gustaría desconectar de toda la semana de trabajo y tumbarme a descansar”.
La necesidad de distinguir entre obligación y elección
Cuando nos encontramos ante esta tesitura, la mente comienza a realizar un balance de pros y contras por cada una de las opciones "adelantar las tareas de casa” o "descansar en la playa". Y aquí es donde emerge la necesidad de control, de estructurar nuestra vida en función de lo deseable, de lo que se espera de nosotros o del ideal que hemos articulado en nuestra cabeza.
Incluso boicoteamos nuestro deseo de ir a la playa con la excusa de que si vamos, el lunes tendremos mucha más tarea acumulada, la de la casa y la del día a día del trabajo, colegio, compromisos, etc. Y es esta anticipación ansiosa y negativa la que provoca la angustia por tenerlo todo atado, la obsesión por aprovechar el tiempo y el miedo a no ser productivos.
Quizás el simple hecho de pensarlo así, incita a que la obligación de quedarnos en casa caiga por su propio peso. Sintiéndonos atados al devenir de los días y consolándonos con "otro fin de semana será”.
Elegir y descartar
Entender que la vida está en constante cambio y que no podemos, aunque queramos, tenerlo todo bajo control nos ayudará a tomar decisiones en base a nuestras inquietudes, necesidades, placeres o deseos personales de salud y bienestar.
Elegir tomar las riendas de nuestra vida sin autoexigencias nos liberará del estrés, la presión, la frustración o impotencia que nos generan las obligaciones autoimpuestas a partir de un ideal de excelencia o perfección.
Al liberarnos de esta carga nos damos permiso para lo siguiente:
Ser nosotros mismos, sin jueces internos que critiquen lo bien o mal que hacemos las cosas.
Querernos tal y como somos, asumiendo los errores que podemos cometer y valorando nuestras cualidades personales.
Ser asertivos, diciendo "no” de vez en cuando sin sentirnos culpables.
Dedicarnos tiempo, cuidando de nuestra salud física y mental.
Reconocer nuestros logros, valorando el esfuerzo empleado para alcanzarlos.
Ser nuestra prioridad, escuchando las necesidades que tenemos sin creernos egoístas por hacerlo.
Ante la autoexigencia, mejor elegir la adaptabilidad
"Nos esforzamos día a día para alcanzar un imposible” dijo Tal Ben-Shahar, profesor de la Universidad de Harvard en su libro La búsqueda de la felicidad y es que ciertamente en torno a un 86 % de las personas de nuestro alrededor son perfeccionistas, siendo el principal motivo de su infelicidad esa búsqueda constante de la perfección.
Aprender a "levantar el pie del acelerador” o "quitar el freno de mano” no es tarea fácil, pero resulta muy gratificante cuando se consigue. En el proceso, podremos descubrir lo siguiente:
Emprender el camino hacia el autoconocimiento, entendiendo como funcionamos.
Trabajar en la gestión emocional, sacando de nuestra vida lo que nos genera malestar.
Elegir con libertad, equilibrando la balanza de los "debo” y "quiero”.
Cambiar el enfoque de nuestra vida persiguiendo una felicidad basada en nuestra salud y bienestar.
Vale la pena intentarlo. No perderemos nada con ello.