En muchas ocasiones dejamos que un malentendido o un enfado nos aleje de aquellas personas a las que queremos. En estos casos es muy frecuente que el orgullo se anteponga a nuestros sentimientos y que actuemos con indiferencia ante ellos.
Seguro que muchos de nosotros nos hemos encontrado en varios ocasiones con la frase "Entre lo que pensamos, lo que queremos decir, lo que creemos decir, lo que decimos, lo que queremos oír, lo que oímos, lo que creemos entender y lo que entendemos, existen nueve posibilidades de no entenderse”.
Es probable que nos sintamos muy identificados con esto y es que comprender las formas de comunicarse, las intenciones y las realidades de cada uno a veces se convierten en un complicado puzzle imposible de completar por la falta de piezas.
Los caminos que no deben separarse
Un malentendido puede llegar a crear un enorme abismo entre dos personas que se quieren y se necesitan pero que, a pesar de todo, no siempre se comprenden. Esto es algo que podemos evitar siempre y cuando haya predisposición para ello.
No debemos separarnos de aquellas personas a las que queremos como consecuencia de un malentendido. Porque muchas veces en el entendimiento median factores como el orgullo, el cansancio, la situación vital actual que hacen que rasguemos la confianza y los buenos sentimientos.
En este sentido, debemos saber que la principal diferencia entre el orgullo y la dignidad radica en que el primero se caracteriza por un exceso de consideración hacia las opiniones, creencias o sentimientos de uno mismo.
Sin embargo, la dignidad es el respeto y la consideración hacia uno mismo y hacia sus límites emocionales. Así, diferenciar las actitudes de dignidad y de orgullo a veces es complicado, pero básicamente consiste en que el orgullo se quiere mantener en la cúspide mientras que la dignidad exige igualdad entre las opiniones, sentimientos o comportamientos.
Somos responsables de lo que decimos, no de lo que los demás entienden
Verdaderamente somos más responsables de lo que decimos que de lo que los demás entienden. Sin embargo, también debemos poner de nuestra parte para ser entendidos y no contribuir a que se construya un malentendido.
No obstante, debemos ser conscientes de que esto no es siempre fácil, pues a veces es inevitable sentirnos ofendidos por las interpretaciones que la persona que nos acompaña realiza sobre nuestros actos o palabras.
Sin embargo, dado que estas situaciones son confusas, tenemos que coger perspectiva y valorar si en realidad vale la pena dejarnos llevar por nuestras emociones a pesar de la inseguridad que se reúne alrededor de la incomprensión.
Los malos entendidos son muy dolorosos cuando las interpretaciones que se realizan resultan en atribuciones intencionales y emocionales negativas hacia nuestra persona o hacia los demás.
Cuando realmente somos víctimas de malas acciones
Sin embargo, hay veces que realmente somos víctimas de malas acciones que pretenden acabar con nuestra autoestima o, de manera general, con nuestro bienestar. En estos casos no es fácil hacer oídos sordos aunque sí que podríamos evitar envenenarnos dando crédito a aquellas personas que nos han intentado herir.
Para eso es importante que iniciemos una guerra contra todo aquello que pretende alejarnos o dañar nuestra esencia. Así, debemos cultivar el hábito de la distancia emocional que básicamente consiste en tolerar las diferencias y no permitir hacer de menos a nuestras consideraciones (en otras palabras, hacer valer nuestros pensamientos y sentimientos).
La pista principal para pensar hacerlo o no nos la dará la divergencia entre actos y palabras, así como la incredulidad que pueden suscitarnos las malas acciones de los demás.
No obstante, no siempre todas las acciones nos dicen todo aquello que debemos saber de las personas. Por eso debemos ser cautelosos e ir siempre de frente y con claridad y sinceridad plena. Solo así estaremos en disposición de solicitar a los demás que hagan lo mismo con nosotros y evitaremos que los malos entendidos se conviertan en abismos.