Las personas con miedo a los conflictos optan por el silencio y el "mejor lo dejo pasar” con el fin de evitar la confrontación y, según ellos mismos, vivir en paz. Sin embargo, estas dinámicas basadas en la resistencia y la no reacción, les anclan a un estado donde se acumula el malestar, la frustración y sobre todo, la pérdida de la dignidad.
Los miedos, como tales, cumplen una función evolutiva: nos ayudan a sobrevivir, a reaccionar mejor ante los riesgos. Ahora bien, el auténtico problema de nuestra modernidad es que ya no tenemos depredadores que pongan en riesgo nuestra supervivencia, las amenazas han dejado de ser físicas para convertirse casi en exclusiva en miedos patológicos. Esos que, lo queramos o no, limitan nuestro crecimiento, nuestra solvencia social y emocional.
Las personas con miedo a los conflictos llenan las consultas de los psicólogos. Puede que este dato sorprenda a muchos, pero es una realidad. Así, estos perfiles se caracterizan por dinámicas y discursos mentales basados casi en exclusiva en aquello de "mejor no hago o digo esto para que no se enfaden”, "no me atrevo a decirle esto porque puede que le haga daño” o "no sé cómo decirle a esta persona que eso que ha hecho no me parece bien”.
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Vivir en la frontera de la inseguridad permanente no es vida. Habitar en ese refugio de la inmovilidad ante las injusticias no es sano. Ser capaces de reaccionar ante lo que nos disgusta y de defender nuestros derechos es un principio de bienestar y salud. Enfrentar los conflictos, manejarlos con efectividad, nos ayudará a crecer.
La persona con miedo a los conflictos es aquella que va llenando el globo de sus rabias y frustraciones poco a poco y en silencio. Lo hace al engullir lo que duele, lo hace al ceder y dejar pasar esto, lo otro y lo de más allá. Hasta que al final es tarde: ese globo acaba estallando en las propias manos.
hombre en una botella simbolizando a las personas con miedo a los conflictos
Personas con miedo a los conflictos: ¿qué hay detrás de ese temor?
Podríamos decir que una retirada a tiempo evita muchos conflictos. Todos lo sabemos y todos lo hemos puesto en práctica alguna vez viendo que, en general, la estrategia conlleva buenos resultados. Ahora bien, el uso persistente de la retirada no es una respuesta idónea para toda circunstancia. No cuando hay injusticias y lo que toca es defendernos, delimitar, reaccionar. Hacer uso continuado de la evitación hará que poco a poco nos instalemos en el círculo del sufrimiento, en una barrera defensiva nada higiénica.
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Casi sin darnos cuenta, terminaremos asumiendo situaciones que no deseamos. Daremos poder sobre nosotros a los demás y dejaremos que nuestros límites personales se disuelvan como un azucarillo en una taza de café. Las personas con miedo a los conflictos llenan las consultas de los profesionales de la clínica y la salud por un hecho más que evidente: terminan somatizando esa frustración (dolores musculares, problemas digestivos, úlceras, herpes labiales…). Sin hablar, claro está, de los problemas mentales, como los trastornos de ansiedad.
Si nos preguntamos ahora qué hay detrás de este miedo corrosivo al conflicto, cabe decir que no siempre es fácil generar un perfil que pueda servir para cada individuo. Veamos, no obstante, algunos rasgos que los definen por término medio con mayor frecuencia.
Son personas faltas de una auténtica Inteligencia Emocional (no reconocen sus emociones, optan por esconderlas, carecen de asertividad, de habilidades sociales…)
Temen perder el vínculo o la relación con los demás al expresar sus pensamientos y emociones de forma auténtica. Relacionan la sinceridad con un peligro, con la posibilidad de perder a alguien por ello.
Se preocupan en exceso por la imagen social que ofrecen de sí mismas: no quieren cometer errores, crear desavenencias.
Cuando hay un conflicto, no siempre lo evitan. En muchas ocasiones optan por la salida más bondadosa: ceder o asumir la culpa para poder así recuperar la armonía.
Adoptan un rol modélico, uno enfocado a llevarse bien con todo el mundo.
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chica con ansiedad simbolizando a las personas con miedo a los conflictos
Es necesario cambiar la visión que tenemos del conflicto
Basta con decir en voz alta la palabra "conflicto” para que al poco, visualicemos un campo de guerra. Un escenario hostil donde las palabras vuelan y se clavan, donde las discrepancias llegan al insulto, donde las diferencias recaen en una distancia insalvable donde terminamos perdiéndolo todo. Es necesario dar un viraje, cambiar el chip, crear una nueva visión sobre esta idea.
Las personas con miedo a los conflictos deben entender varias cosas. La primera, que estas situaciones pueden traernos dimensiones muy positivas. Resolver con efectividad esas discrepancias repercute en nuestra identidad y autoestima, y además, higienizamos relaciones y esos contextos sociales en los que nos movemos a diario. Recordemos que el conflicto puede emerger en casi cualquier circunstancia: en la cola del súper, con nuestra pareja, nuestros hijos, un compañero de trabajo…
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Instalarnos en la pasividad o la huida nos aleja de nuestra propio rol social. Así, estamos obligados a saber consensuar, a dialogar, a resolver problemas, a negociar y satisfacer también las propias necesidades, la propia integridad. Hacerlo no es malo, conseguirlo exige trabajo, constancia y un adecuado entrenamiento en habilidades sociales, gestión emocional y autoconocimiento. Dejemos de huir de nosotros mismos y encaremos la vida para alcanzar el bienestar.