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Tratar al otro como te gustaría ser tratado no siempre es lo adecuado


Tratar al otro como te gustaría ser tratado es un principio moral compartido por muchos pueblos y corrientes de pensamiento. Filósofos, líderes religiosos e importantes personalidades promueven este precepto que ha de guiar las relaciones humanas. Sin embargo, aunque todos conocemos y tenemos presente esta regla de oro, aplicarla no siempre beneficia las interacciones sociales.

A todos nos sucede en algún momento que nuestras mejores intenciones se malinterpretan por parte de la otra persona o incluso pueden llegar a perjudicar sus intereses. Parece injusto que el interés sincero por el bienestar de otro pueda tener como resultado un atentado contra el mismo. Pero, tal vez, lo que sucede es que estamos enfocando esa ayuda desde una perspectiva equivocada: la nuestra.
¿Es positivo tratar al otro como te gustaría ser tratado?

Tratar al otro como te gustaría ser tratado puede, sin duda, ser una buena premisa. Indica, desde luego, buenas intenciones por parte de quien la lleva a cabo. Además, al seguirla, estaremos más concienciados y seremos más conscientes de cómo nos comportamos con los demás.
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Así, probablemente seremos sinceros, comprensivos, solidarios y amables. Esta regla moral puede motivarnos a hacerle un favor a un amigo o conocido cuando no tenemos ganas o puede hacer que nos lo pensemos dos veces antes de hacer una crítica.
Amigos hablando
No todos deseamos ni esperamos lo mismo

Sin embargo, cuando olvidamos las generalidades y pasamos a un plano más práctico y concreto, esto no siempre funciona tan bien. Imagina, por ejemplo, que es el cumpleaños de un buen amigo y le has comprado como regalo un reloj en el que has gastado una importante cantidad de dinero. Al entregar el regalo y ver su cara de decepción, puedes sentir confusión e incluso enfado.
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Quizá lo que no te planteaste es que, tal vez, esta persona deseaba un regalo más íntimo y personal, hecho a mano y con un significado emocional. O, tal vez, esperaba una experiencia compartida en lugar de un objeto material.

Lo mismo puede sucedernos en cualquier ámbito de la vida. Si eres padre, puede que al ver a tu hijo enfrentar una situación complicada o estresante, para ayudarle hayas querido ponerla en contexto, con la intención de que se diera cuenta de que en realidad lo que le preocupaba no tenía tantas posibilidades de ocurrir o las consecuencias no iban a ser tan desastrosas. Aunque tú, con tu propia personalidad, recibas y reacciones bien a este tipo de apoyo, tal vez tu hijo sienta que lo que en realidad buscas es que se olvide del problema y así deje de molestarte.

Del mismo modo, tras una discusión con tu pareja en la que has reconocido que tuviste la culpa, puede que decidas llamarla o visitarla para hablar. Sin embargo, tal vez esta persona se muestre molesta, irritable y se niegue a tener tal conversación. ¿Qué sucede? Quizá, mientras para ti tu comportamiento es una muestra de buena fe, para el otro aún era demasiado pronto: necesitaba un tiempo a solas para gestionar su enfado.
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Mujer preocupada por la discusión con su pareja
Ten en cuenta las necesidades ajenas

En definitiva, podemos decir que tratar al otro como te gustaría ser tratado es una buena premisa. Sin embargo es importante hacer una salvedad: a ti te gustaría que se tuvieran en cuenta tu personalidad y tus necesidades concretas; y esto es precisamente lo que has de ofrecerle al otro.

Ofrécele la consideración de tener en cuenta sus gustos, preferencias, necesidades y deseos. Regálale tu capacidad de salir de tu propia piel para intentar comprender sus puntos de vista. Piensa no tanto qué te gustaría a ti, sino qué espera y necesita el otro, pues no todos somos iguales.
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Aunque a ti te guste que las personas sean totalmente directas y honestas contigo, tal vez el ser humano que tienes delante prefiere y necesita tacto, comprensión y delicadeza. Tal vez tú prefieras estar a solas tras una discusión, pero si sabes que el otro necesita compañía, presencia y diálogo, dáselo.

Las relaciones humanas son complejas y no resulta sencillo compaginar nuestros deseos y pensamientos con los de quienes nos rodean. No obstante, si quieres saber cómo tratar a otra persona, sal de tu piel y colócate en la suya. Trata al otro como al otro le gustaría que le traten.


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