Algunas personas pueden terminar relacionándose con el mundo a través de un patrón de desconfianza por diversos motivos. Establecen entonces una relación agresiva, de forma explícita o velada, con quienes le rodean. Viven entre la defensa y el ataque, o como se dice popularmente: "a la defensiva”.
En la mayoría de los casos, los motivos para vivir entre la defensa y el ataque tienen mucho más que ver con el individuo mismo, que con el propio entorno. Suele ser la misma persona quien se encarga de alimentar la tensión en sus relaciones y, al mismo tiempo, de resentir las respuestas que recibe.
Esa autoprotección extrema, y casi siempre sin fundamento, también suele convertirse en una patente de corso para agredir o violentar a los demás. Comienza entonces un ciclo que repite una y otra vez, en el que la persona ve en las actitudes de los demás una amenaza, así no lo sea, y esto justifica su respuesta hostil. De este modo, queda atrapada entre la defensa y el ataque.
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"La revolución ocurre cuando la víctima deja de cooperar”.
-Karl Hess-
Mujer enfadada pensando
Entre la defensa y el ataque
Lo más habitual en ese patrón cíclico, que se mueve entre la defensa y el ataque, es que tenga algún referente previo, que es real. Suele comenzar cuando se comete una injusticia contra alguien y esta no se repara, pero tampoco se elabora subjetivamente. Así, ese referente se convierte en el punto de partida para un proceso equívoco.
Tal proceso tiene lugar porque es un medio para asumir la situación, pese a que se trate de un camino erróneo. La trampa aquí está en caer en el victimismo. Hubo una injusticia no reparada y, por lo tanto, se adopta y se nutre la posición de víctima, aparentemente pasiva, frente a ella.
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Esto, a su vez, se convierte en un argumento para sustentar una actitud de ataque frente al mundo. Lo habitual es que, en principio, esto se oriente hacia la fuente específica de injusticia. Si se alimenta y se refuerza, termina transformándose en una conducta generalizada. Pese a que se trata de una respuesta errónea, y muchas veces la misma persona lo nota, no se abandona. ¿Por qué?
De la víctima al agresor
Adoptar el rol de la víctima, en una o muchas relaciones, aparentemente no tiene nada de bueno. Sin embargo, si esta postura se mantiene es porque también provee algunos "beneficios”, así entre comillas. Puede convertirse en una actitud que logre producir sentimientos de culpa en los demás, consideraciones y algunas veces hasta privilegios.
Todo ello ocurre sin una intervención directa de la conciencia. La persona no suele decidir, de manera consciente y deliberada, comportarse así. Se trata de una postura que se basa en la falta de resolución o de elaboración de esa injusticia, o injusticias, de origen. A medida que se implementa, se obtienen reforzadores/ganancias de ello, lo que termina asentando la actitud.
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¿Cómo se refuerza? Por desgracia, las personas atrapadas en el victimismo suelen propiciar nuevos hechos de victimización para mantener su posición. Lo habitual es que con su conducta provoquen, una y otra vez, las conductas agresivas de los demás. Presionan, insisten, retan, descalifican, etc.
En el fondo, y aunque parezca poco razonable, buscan ser agredidos. Se trata de una postura existencial con la que han "aprendido” a ubicarse en el mundo. Es el terreno que conocen y en el que, hasta cierto punto, se sienten "en lo suyo”. Por eso viven entre la defensa y el ataque.
Mujer enfadada con su marido
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Romper el ciclo
No es fácil que una persona en esa postura existencial se dé cuenta del ciclo que ella misma genera. Percibe ese moverse entre la defensa y el ataque como una consecuencia de su propia "debilidad”, aunque tal debilidad no exista en forma objetiva. Más bien se trata de una orientación inadecuada de la fuerza y de cierta resistencia a crecer.
Alguien que está atrapado en ese círculo vicioso necesita comprender que las ganancias que obtiene así son satisfacciones baratas. Es mucho más lo que pierde. También debe estar dispuesta a elaborar los actos de injusticia de los que probablemente ha sido objeto. Esta vez debe hacer un esfuerzo por comprender la situación de manera amplia, perdonarse y dejar de identificarse con esa realidad.
Vivir entre la defensa y el ataque es condenarse a uno mismo a una privación. Desde allí es imposible construir vínculos íntimos genuinos con otros seres humanos y, por supuesto, con uno mismo. Así, la vida se convierte en un escenario donde se desempeña un papel secundario. Cuando cae el telón, solo hay insatisfacción, malestar… y nada más.