¿Cuántas personas conoces que dispongan de una buena inteligencia emocional? ¿Son muchas o son, quizá, muy contadas aquellas que disponen de adecuadas competencias en esta área? Lo cierto es que aún nos queda bastante para habilitarnos en esta materia tan decisiva. Esa que nos permite desde relacionarnos mejor hasta tener un mayor control y comprensión sobre nosotros mismos.
Por otro lado, ¿piensas que la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia? La verdad es que a día de hoy existe cierto desacuerdo entre los psicólogos sobre este aspecto. Recordemos, mientras el cociente intelectual (CI) hace referencia a nuestra capacidad para pensar y procesar información, resolver problemas, tomar decisiones o aprender de la experiencia, la inteligencia emocional (IE) profundiza en otras áreas.
En este caso, hablamos de dimensiones como comprender los propios estados emocionales y los de los demás, saber regularlos, disponer de buenas habilidades sociales, etc. Sabemos incluso que una buena inteligencia emocional correlaciona con una mejor salud mental y una satisfacción vital más significativa. Por tanto, ¿podemos considerarla como una forma de inteligencia similar al CI?
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La inteligencia emocional es una competencia que todos podemos entrenar y mejorar. En cambio, la inteligencia, tiene un factor genético y otro factor que depende de la experiencia y el aprendizaje.
Cerebro con un corazón simbolizando si la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia
Según los expertos, la inteligencia emocional aún no está claramente definida ni es fácil de medir.
¿Qué dice la ciencia sobre la inteligencia emocional (IE)?
La inteligencia es, por encima de todo, el conjunto de habilidades que nos permite responder ante los desafíos del entorno. Saber resolver problemas de manera innovadora es un ejemplo de ello. ¿Dónde entra ahí la inteligencia emocional? ¿Cómo nos puede ayudar disponer de una correcta comprensión y regulación emocional para afrontar los retos del día a día? Lo cierto es que de muchas maneras.
Ante la pregunta de si la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia, los expertos nos dan una respuesta. No debemos pensar en la inteligencia emocional como una entidad distinta, sino como una parte más de la inteligencia general. El doctor Ronald E. Riggio, uno de los máximos expertos en liderazgo e inteligencia, ha publicado diversos estudios sobre este tema.
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Así, mientras la inteligencia general tiene una parte genética, las competencias emocionales son áreas que podemos aprender y desarrollar. Hacerlo nos beneficia, porque nos convierte en individuos más competentes, capaces de maximizar el talento, la creatividad y las habilidades cognitivas.
Profundicemos un poco más en el tema.
El concepto de inteligencia emocional (IE) tiene su origen en la década de 1930. Fue entonces cuando un grupo de investigadores descubrió un tipo de una inteligencia no intelectiva, que definieron como una competencia que favorecía el vivir en sociedad y construir relaciones satisfactorias.
Es momento de reformular lo que entendemos como "inteligencia”
Llevamos décadas midiendo la inteligencia mediante pruebas estandarizadas, como los famosos y antiguos test de Stanford-Binet o las escalas de Wechsler. Mediante estos recursos analizábamos la capacidad de razonar de manera lógica de las personas, así como su habilidad para procesar información novedosa.
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Bien, actualmente figuras como el psicólogo Robert Sternberg opinan que debemos concebir otro modelo, uno que él define como de la inteligencia exitosa. Es decir, a su parecer, deberíamos medir y concebir la inteligencia como un conjunto de habilidades que nos permiten alcanzar el éxito en todas sus vertientes (profesional, satisfacción personal, bienestar social, salud mental, etc).
Son muchas las voces que insisten en este mismo hecho. Medir la inteligencia mediante pruebas matemáticas o lingüísticas puede ser algo reduccionista. Pensemos, por ejemplo, en alguien con un elevado CI, pero con competencias emocionales similares a las de un niño de 3 años. Alguien así, difícilmente logrará el éxito.
Las competencias emocionales son un área más de la inteligencia general
Un estudio de la Universidad de Kentucky señala que, en la actualidad, aún tenemos serias limitaciones para medir y evaluar la inteligencia emocional. Sin embargo, hay algo evidente. Las personas con buenas habilidades emocionales tienen una mayor probabilidad de lograr el éxito académico y profesional.
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La autoconciencia, la regulación emocional, la positividad o la buena comunicación emocional son habilidades que complementan a nuestras propias habilidades cognitivas. Gracias a ellas manejamos mejor el estrés, la ansiedad, logramos llegar a acuerdos con quienes nos rodean y nos sentimos más motivados para trabajar por nuestras metas.
Las competencias emocionales subyacen a la propia inteligencia general y todos deberíamos desarrollarlas mucho más. Aunque no es una tarea fácil. Se necesita compromiso, práctica y dedicación.
Hay un área en la que cada uno de nosotros deberíamos mejorar: atender al mundo social que nos rodea, ser sensibles a las realidades ajenas (empáticos) y saber entender los mensajes emocionales de los demás.
Niño con gafas pensando si la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia
Debemos educar a nuestros niños de manera temprana en competencia emocionales.
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¿La inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia? ¡Mejoremos el enfoque!
Debemos ir más allá de la clásica pregunta sobre si la inteligencia emocional es realmente un tipo de inteligencia. No veamos estas dimensiones como entidades separadas. No pensemos en la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner porque tienen escasa validez. Veamos la inteligencia como una característica única conformada por diversas áreas.
Esas que, como bien señala Robert Sternberg, nos pueden permitir ser eficaces, resolutivos, innovadores, personas hábiles para comprender a los demás, convivir, llegar a acuerdos y regular nuestra conducta para lograr objetivos. No podemos separar razón de emoción y, por tanto, no puede haber una inteligencia cognitiva y una inteligencia emocional. Ambas son una y se complementan.
El problema está en que, hasta el momento, no le hemos dado la suficiente relevancia a las competencias emocionales. Debemos convertirnos en oyentes más eficaces, en mejores comunicadores, en personas más empáticas y orientadas a lograr acuerdos y no a crear conflictos. De nada nos valen los genios si no son incapaces de dominar su frustración o de no advertir la tristeza en quien tienen delante.