Todos nos equivocamos en alguna ocasión en nuestra vida; de hecho, en muchísimas de ellas. Y esto, inevitablemente, nos puede generar un sentimiento de culpa, malestar o frustración. Pero, exactamente, ¿por qué nos sentimos mal cuando cometemos errores?
Autoexigencia, búsqueda de la perfección, intransigencia… estas son algunas de las razones que hay tras esta situación. Reflexionamos sobre todo ello y además hablamos de por qué a veces nos cuesta reconocer un error.
¿Qué significa sentirse "mal”? Puede ser tantísimas cosas. Al equivocarnos, podemos sentirnos culpables, tristes, frustrados…
En función de la narración que hagamos de ese error (de cómo lo interpretamos) y de nuestra personalidad, la emoción derivada es una u otra. Hablamos de por qué nos sentimos mal cuando cometemos errores.
El orgullo y el ego son dos conceptos que explicarían, en parte, por qué nos sentimos mal cuando cometemos errores. ¿A qué nos referimos exactamente?
El orgullo se define como "el exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás”. Y también como "el sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano a uno que se considera meritorio”.
El orgullo y el ego son primos hermanos, y van de la mano. En el caso del ego, hablamos de aquella instancia psíquica que nos permite reconocernos como individuos independientes y con una identidad propia. Sin embargo, en el lenguaje coloquial, el ego se refiere a una valoración excesiva que hacemos de nosotros mismos, a pensar solo en nosotros.
Con el ego elevado es más probable que nos cueste reconocer nuestros errores o que sintamos un intenso malestar cuando los cometemos y acabamos reconociéndolos.
Si a este ego le sumamos orgullo, es normal que el malestar sea doble; de esta forma, en general, cuanto más orgullosos somos:
Muy relacionados con el ego encontramos tres conceptos interesantes: la autoestima, el control y el poder. Quizás nos sintamos mal después de cometer errores porque reconocer que nos hemos equivocado podría perjudicar nuestra autoestima. Y como queremos protegerla, no podemos evitar la tentación de no reconocer nuestros errores.
En línea con ello, un estudio (2012) publicado en la revista European Journal of Social Psychology afirma que las personas que cometen errores y que no se disculpan después, tienen más autoestima y creen tener más control y poder, si las comparamos con aquellas personas que asumen sus errores y se disculpan.
Según Tyler Okimoto, uno de los autores del estudio, "en cierta forma, las disculpas les dan una sensación de poder a quienes las reciben”. Y pone un ejemplo: si nos disculpamos con nuestra pareja por algo que hemos hecho mal, esa disculpa le permite al otro elegir entre aminorar nuestra pena al perdonarnos o intensificarla al guardarnos perdón. De ahí el poder que tienen, y que las personas que escogen no disculparse por sus errores sientan que son ellas mismas las que tienen el poder y el control (lo que les lleva a evitar disculparse).
Las personas muy autoexigentes se sienten muy mal cuando se equivocan. ¿Por qué? Porque sienten que se están "fallando” a sí mismas. Pero ojo, porque estas personas pueden percibir el error de forma distinta a las personas que no son tan autoexigentes.
De esta forma, como están constantemente buscando la perfección, cualquier cosa que no sea esa "perfección” (la cual es inalcanzable, en realidad, lo que les lleva a sentir que siempre lo pueden hacer mejor), la entienden como un error. Y cometer un error les lleva a sentir frustración con ellos mismos.
Así, las emociones que más habitualmente sienten estas personas cuando se equivocan son la frustración y la rabia. Son personas duras y rígidas consigo mismas, lo que muchas veces se traduce en un diálogo interno intransigente basado en el autorreproche.
Cuando cometemos errores, también nos sentimos culpables porque hemos hecho algo "diferente” a lo que supuestamente "deberíamos haber hecho”. A nivel emocional, hablamos de la culpa con una emoción que sentimos cuando hacemos (o hemos hecho) algo que no está bien, o cuando dañamos a un tercero.
En cierta forma, hay personas que se sienten culpables porque, de forma inconsciente, la culpa es una forma de "compensar” el daño causado. Al sentirnos culpables, nos "autocastigamos” y "pagamos el precio” que tiene habernos equivocado o haber herido a alguien.
Lógicamente, todo de forma inconsciente. Lo que ocurre es que, en realidad, la culpa es un sentimiento muy poco útil, porque no nos lleva a la acción, sino muchas veces al victimismo. Por ello es importante empezar a cambiar la culpa (pasiva) por la responsabilidad (activa), porque a través de la segunda el diálogo con nosotros mismos puede ser mucho más amable y constructivo, a diferencia de lo que ocurre con la culpa, que nos lleva a autocompadecernos y a fustigarnos.
Puede que nos sintamos mal cuando cometemos errores, pero, ¿los reconocemos? ¿O nos cuesta hacerlo? Esta es otra cuestión interesante que nos permite reflexionar, por ejemplo, o preguntarnos, si el hecho de que nos cueste reconocerlos, nos conduce a mayor o menos malestar.
Por un lado, si no los reconocemos, podemos albergar un sentimiento de culpa que acabamos reprimiendo y que nos hace daño; pero, por el otro, al no contarlo, podemos olvidarlo y, por lo tanto, no aparece el malestar.
El hecho de reconocer o no dichos errores depende de la persona, lógicamente. Y también de factores como el propio orgullo, el ego, la capacidad para apreciar que realmente nos hemos equivocado, el miedo a defraudar a otros, etc.
Pero además, hay otros dos elementos clave que influirían en nuestra decisión de reconocer o no nuestros errores: el llamado sesgo de confirmación y la capacidad que tenemos (o no) de cambiar nuestro comportamiento.
El sesgo de confirmación (Plous, 1993, citado en una revisión de Scott, 1994) es aquella tendencia que tenemos las personas a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma nuestras propias creencias o hipótesis. En cambio, consideramos en menor proporción todo aquello que "va en contra” de esas creencias e hipótesis.
Pues bien, este sesgo podría dificultar el hecho de reconocer nuestros errores. ¿Por qué? Porque si siempre buscamos ideas que respaldan lo que pensamos, es difícil que reconozcamos que a veces nos equivocamos (porque no buscamos información que respalde nuestros errores, sino nuestras creencias).
Por otro lado, en un estudio (2014) llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Stanford, descubrieron que las personas son más propensas a asumir sus errores cuando creen ser capaces de cambiar su comportamiento, si no es así es mucho más difícil para ellas.
Sentirse mal por equivocarse es humano, a todos nos ocurre. No te sientas mal por ello. Sin embargo, puede ser interesante que te preguntes qué hay detrás de esas emociones, si ese error se podía evitar y cómo puedes actuar la próxima vez.
Conocer las razones que te llevaron a actuar así, y también las que te llevaron a sentirte mal después de ese comportamiento, forma parte del proceso de autoconocimiento y crecimiento personal de cada uno, un viaje que, en realidad, dura toda la vida.
"He aprendido que los errores a menudo pueden ser tan buenos para aprender como el éxito.”
-Jack Welch-