Frustración, ira, tristeza, preocupación, culpabilidad, emociones que nos hacen acudir a la nevera perdiendo el control. Comer emocional: cuando nos comemos nuestra emociones negativas.
Comer forma parte de los procesos más básicos de todos los seres vivos, si no comiéramos moriríamos. Gracias a este acto nuestro cuerpo mantiene un equilibrio que permite que hagamos actividades tan variadas que van desde pasear o estudiar hasta dormir. Es un proceso que a lo largo de nuestra vida hemos ido sofisticando, hemos aprendido cuales son alimentos saludables y cuales no, hemos puesto horarios, en definitiva hemos llegado a ponerle orden y control... pero en algunos casos este proceso se convierte en un caos.
Cuando nuestro cuerpo necesita nutrientes para su perfecto funcionamiento se produce la sensación de hambre, es hambre fisiológico, por lo que cualquier alimento cubre la necesidad del organismo y cuando está cubierta se produce la sensación de saciación. Por otro lado, se produce la apetencia que es la necesidad emocional de consumir un determinado alimento. Estas dos sensaciones normalmente van unidas, de esta manera cuando tenemos hambre comemos cosas que nos gustan disfrutando de ese momento de ingesta.
Pero cuando tenemos problemas emocionales estos dos procesos se disocian, esto es, se separan y ya no funcionan simultáneamente, de modo que cuando tenemos hambre comemos y nos saciamos pero cuando tenemos apetencia nos resulta más difícil parar ya que no se produce esa sensación de saciación.
A comer emocionalmente hemos aprendido desde nuestra más tierna infancia, de pequeños nos premiaban nuestras conductas con golosinas o nos castigaban sin postre si nos portábamos mal. De adultos, celebramos nuestras alegrías con comida: bodas, cumpleaños, promociones laborales, reuniones familiares entorno a una mesa, encuentros con los amigos a cenar. La comida ya no tiene solamente un significado fisiológico sino emocional y cobra un papel protagonista cuando nos sentimos bien. Asociamos la comida con emociones positivas y esta asociación permanece en el tiempo.
Gracias a este proceso asociativo labrado a lo largo de toda nuestra vida, cuando nos sentimos mal, frustrados, tristes, enfadados, preocupados... recurrimos a la comida en un intento de recuperar las sensaciones positivas a las que hemos ido asociando a la comida. Elegimos alimentos que en nuestra vida asociamos a algo placentero, de esta manera consumir ese alimento nos retrotrae a la emoción agradable asociada.
Por otro lado, algunos alimentos por su propia naturaleza hacen que nos sintamos mejor cuando los comemos, por ejemplo el chocolate contiene moléculas que repercuten directamente en el estado de ánimo haciendo que mejore, esto también crea una asociación entre estado de ánimo y alimentación.
Otra de las razones por las que aprendemos a comer emocionalmente, es que cuando comemos nos centramos en ese proceso, y por tanto, todos los demás problemas se quedan en un segundo plano tomando distancia de ellos, aunque comer no ayudará a que el problema desaparezca, hace que la tensión emocional se disipe.
Comer algo porque nos apetezca no entraña un problema en si mismo, se convierte en ello cuando comer es la única vía de gestión emocional que encontramos. Cuando este proceso es algo habitual en nosotros es el momento de plantearse adaptar estrategias que nos hagan controlar nuestra ingesta emocional.