Pocas experiencias son tan frustrantes como convertirnos en buscadores de la felicidad. Muchos dirán que todo se debe a esa cultura de la autoayuda que nos convence de que nuestra misión en la vida no es otra que encontrar el bienestar máximo, la alegría constante, la sonrisa indeleble. Sin embargo, ¿no es eso lo que ha intentado siempre el ser humano? ¿Buscar el placer y eludir el dolor?
Estamos programados neurológicamente para ese fin. Sin embargo, en ese intento es común caernos más de una vez, pisar cáscaras de plátano y tropezar en las mismas piedras que nos ocasionan sufrimiento. Puede que sea así, es posible que eso de buscar la felicidad sea una trampa, un círculo vicioso en el que cuanto más se trabaja por ese fin, más se nos escapa.
El problema es que, a veces, cuando nos involucramos en actividades, relaciones o experiencias que, supuestamente, traen el bienestar, de pronto sentimos frustración, vergüenza o incomodidad. Miramos a nuestro alrededor y nos decimos aquello de "pero, ¿qué hago yo en este lugar?”. Esta experiencia tiene nombre y vale la pena profundizar en ella.
El bienestar y la felicidad son entidades muy complejas que no siguen ningún estándar, por mucho que nos esforcemos.
El efecto boomerang de la felicidad
Preparas una fiesta de cumpleaños para uno de tus hijos con toda la ilusión del mundo y, cuando llega el día, sientes una enorme tristeza. Tristeza por los niños que crecen demasiado rápido. Te organizas el día para ayudar a tus padres en su mudanza y, cuando llegas, te insisten en que te vayas. En que no hacía falta que te hubieras desplazado porque ellos solos podían hacerlo.
Hay muchas situaciones cotidianas que deberían proporcionarnos bienestar y, sin embargo, nos traen el pinchazo de la decepción. El efecto boomerang de la felicidad define esas realidades en las que uno se lanza esperando experimentar plenitud, y lo que le devuelve la vida es frustración, desánimo y hasta infelicidad. Podríamos dar mil ejemplos de estas experiencias, porque todos las hemos vivido.
Como bien sabemos, algo en lo que nos insiste la ciencia es que las prácticas de gratitud, así como las de ayuda al prójimo, revierten en nuestra felicidad. Trabajos como los realizados en la Universidad Adolfo Ibáñez, en Chile, destacan ese vínculo con la propia calidad de vida. Sin embargo, en la actualidad, los expertos insisten en un detalle. Las prácticas que etiquetamos como positivas no siempre nos traen la felicidad.
A veces, prácticas como la gratitud o la ayuda al prójimo pueden devolvernos situaciones inesperadas que traen la decepción o el desconcierto. Pero no por ello debemos claudicar en estas tareas.
Cuando lo positivo se vuelve desagradable
Sonja Lyubomirsky, profesora de la Universidad de California en Riverside y una de las mayores referentes en el campo de la psicología positiva, profundizó en el concepto del efecto boomerang de la felicidad. De este modo, algo que nos señala es que la mayoría tenemos un concepto y una idea muy estandarizada sobre lo que son las actividades positivas.
Compartir tiempo con amigos, expresar gratitud, ayudar a alguien, disfrutar del tiempo libre o incluso enamorarnos son situaciones que maximizan el bienestar y que nos traen felicidad. Es más, si hay algo que intentamos como seres humanos es promover en nuestro día a día situaciones y actividades positivas.
Ahora bien, hay un hecho inherente que casi nunca tenemos en cuenta. Las personas no tenemos el control sobre cada realidad y acontecimiento, siempre está esa variable caótica que puede devolvernos en un momento dado justo lo opuesto a lo que esperábamos.
Es como lanzar un boomerang, es obvio que el 99 % de los casos volverá hacia nosotros. Pero a veces, una brisa o un viento traicionero puede desviar su camino y acabar golpeándonos… Lo que etiquetamos como experiencias positivas, a veces, no lo son tanto.
La felicidad no es una regla de tres
Todos hemos sufrido el efecto boomerang en piel propia infinidad de veces. Hay quien se esfuerza lo indecible por aspirar a un trabajo y cuando lo consigue, se encuentra con un entorno laboral y unas condiciones opresivas. Están los que se desviven por hacer felices a ciertas personas porque las aman, pero lo que estas les devuelven es egoísmo e infelicidad.
Tarde o temprano aprendemos que la felicidad no es una receta, una regla de tres o un manual de instrucciones. Lo que a unos les funciona, a otros solo nos trae miseria emocional y desconcierto. Lo que a unos les parece desolador, a nosotros nos resulta apasionante. Y en ocasiones, el destino juega a los dados con nosotros y derriba nuestro castillo de naipes de la felicidad.
El ser humano está obligado a aceptar la incertidumbre y esa cuota de caos que todo lo puede alterar. Sin embargo, a pesar de la incómoda variable de la incertidumbre, no podemos renunciar a esa aspiración. La de alcanzar la plenitud y el bienestar.
Vive, cuida de ti la felicidad te abrazará
Decía con acierto Viktor Frankl que la felicidad es como una mariposa. Cuando más la buscamos, más se escapa de nosotros. Sin embargo, a veces, basta con quedarnos quietos para que esta se pose en nosotros. Esa es la clave. También, entender que no podemos rendirnos ante cada decepción, fracaso o giro del destino.
El efecto del boomerang de la felicidad nos dice que esos efectos contraproducentes nos permiten ajustar mejor nuestras expectativas para buscar el bienestar en los lugares apropiados. No se trata de rendirse, se trata simplemente de saber seleccionar mejor en qué actividades, relaciones y estilos de vida deberíamos o no involucrarnos.
Al fin y al cabo, la felicidad auténtica no es más que bienestar psicológico, es estar bien con uno mismo y con aquello que le rodea. En dicho proceso, hay que trabajar muchos aspectos, aceptar errores, asumir caídas y decepciones. Nadie es feliz lanzándose al azar hacia determinadas experiencias, hay que reflexionar, meditar y elegir bien lo que se hace y a quien se tiene en la propia vida.
Por último, y no menos importante, aceptemos la imprevisibilidad de la vida y que, por mucho que lo deseemos, no podemos controlar todo lo que nos rodea. La existencia es compleja, casi tanto como el ser humano. Asumamos, por tanto, ese componente caótico.