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Emociones prosociales: tipologías que te gustará descubrir


¿Cómo son tus relaciones y vínculos sociales? ¿Disfrutas de tus amistades, de tu familia y del día a día con tus compañeros de trabajo? ¿Eres feliz con tu pareja? Si es así, es muy probable que seas una persona hábil a la hora de entender y regular tus emociones. Somos seres sociales que conectan emocionalmente entre sí y que necesitan de un adecuado aprendizaje en esta materia.

Asimismo, si hay un ámbito en el que es importante adquirir adecuadas competencias, es en el comportamiento prosocial. Esta conducta no se limita solo a la cooperación entre las personas o en saber cultivar interacciones enriquecedoras. La persona con buenos recursos prosociales encara mejor los desafíos de la vida.

Empatizar, saber cooperar, comprender y ser altruista configuran una serie de actitudes de carácter positivo que trazan un beneficio global. Saber construir relaciones cooperativas requiere conocer y manejar de manera eficaz las llamadas emociones prosociales. Son guías para la acción y constructos que nos impulsan y modulan. Comprenderlas resulta esencial para nuestra convivencia.

La ciencia nos dice que muchos niños pueden crecer desarrollando unas emociones prosociales muy limitadas. Esto dificultaría el poder construir vínculos de calidad a lo largo de su vida.

¿Cuáles son las emociones prosociales?

Las emociones no tienen solo como propósito facilitar la supervivencia y la adaptación; también han evolucionado para promover la convivencia y la conexión humana. Al fin y al cabo, nos necesitamos, las personas nos sustentamos en nuestros vínculos para desarrollarnos, construir nuestra personalidad, validarnos, sentirnos protegidos y para nutrirnos afectiva e intelectualmente.

Entendemos las emociones prosociales como esos estados que nos orientan hacia la atención y el cuidado de nuestros lazos sociales. Desde el momento en que las personas dependemos en gran medida de la conducta prosocial para facilitar la convivencia, resulta clave entender este tipo de estados emocionales.

Una investigación de la Universidad de Virginia destaca un aspecto interesante. Este tipo de emociones surgieron también para inhibir el egoísmo individual y orientarnos hacia los demás. Por ello, resulta tan recomendable promover en los más pequeños la comprensión y la regulación de las dimensiones que analizaremos a continuación.

    La convivencia en nuestra sociedad sería mucho mejor si todos cuidáramos y promoviéramos las emociones prosociales.

1. La gratitud, el aprecio al otro

Si hay una emoción prosocial nuclear en el ser humano, es esa que nace de la bondad y la calidez, como la gratitud. Es el reconocimiento y la estima hacia el otro. Ser agradecidos asienta las bases de nuestra evolución al ser capaces de apreciar lo que otras personas son y hacen por nosotros.

Este pegamento social trae consigo grandes beneficios: mejora nuestro estado de ánimo, consolida los vínculos y nos permite tener una visión del mundo más positiva y nutritiva emocionalmente.

2. La culpa y el deseo de reparación

La culpa es ese estado de valencia negativa que tanto nos pesa, incomoda y desagrada. Muchos se preguntarán qué relación tiene con las emociones prosociales. En realidad, su trascendencia es inmensa y lo entenderemos de inmediato. La persona que experimenta cargos de conciencia y el dolor de la culpa por haber agraviado a alguien, procurará reparar ese acto.

Por contra, quien rara vez experimente esta emoción no se sentirá impulsado ni a pedir perdón, ni a reparar el daño cometido. Estamos ante un estado emocional que favorece la conexión humana al generar en nosotros el deseo de mejorar nuestra conducta. Esa angustia tiene un fin y no es otro que el de hacernos sentir responsables de nuestros actos para mejorarlos.

3. La vergüenza y el deseo de adaptación social

A menudo definimos la vergüenza como esa emoción que no nos deja ser, que nos cohíbe e inmoviliza. Es cierto, pero también actúa como una de las más poderosas emociones prosociales. Lo hace cuando se materializa en su forma adaptativa.

Porque no podemos olvidar que sentirse avergonzado cumple una función de regulación social. La mayoría necesitamos ser aceptados, formar parte de una comunidad, de un mismo grupo de referencia en el que hay unos códigos que todos debemos cumplir. No poder hacerlo, no saber o no atrevernos genera una incomodidad que procuramos reparar y superar tarde o temprano.

Los niños pequeños suelen ser más espontáneos y menos condicionados hasta que, llegada una edad, ya comprenden que lo esperable es ajustarse a unas normas, expectativas y modelos implícitos. Si no se integran se sienten observados, juzgados y avergonzados. Esto es algo que se busca evitar para formar parte de ese entramado social de referencia.

4. La alegría, el placer de compartir

La alegría es una de las emociones primarias más efusivas, arrolladoras, gratificantes y fugaces. No hay duda. Sin embargo, esta sensación se expande mucho más cuando la experimentamos en compañía y no en soledad.

Entre las emociones prosociales, la alegría actúa como un estado placentero alentado por las risas, las carcajadas y grandes toneladas de endorfinas. Es un intercambio de placer y gozo entre varias personas que intensifica los vínculos, que los hace más significativos al acompañarse de esa complicidad distendida y auténtica.

    El egoísmo se diluye en el momento en que compartimos con otras personas emociones como la gratitud o la compasión.

5. Compasión, el motor del altruismo

La compasión tiene dos ingredientes excepcionales, como son la empatía y el altruismo. Gracias a esta emoción podemos no solo comprender lo que experimentan otros, sino sentir también el impulso de mejorar la realidad ajena. Ser útiles, cuidar, atender e iniciar conductas que sirvan para aliviar a quien padece nos permite avanzar como especie y mejorar la convivencia.

Conclusión

La revista estadounidense de psiquiatría aborda en varios libros e investigaciones una realidad que no podemos pasar por alto. Hay niños y adolescentes que presentan trastornos de conducta definidos por una clara limitación en sus emociones prosociales. No las sienten, no las expresan ni las comprenden y eso les hace derivar en serios problemas del comportamiento.

Ser incapaces de sentir culpa, compasión, no experimentar vergüenza, empatía ni disfrutar de la conexión emocional con otras personas dificulta no solo la convivencia. Contribuye a su exclusión social y al sufrimiento, tanto propio como ajeno. Es esencial que desde edades tempranas se promueva en las escuelas una educación en materia emocional orientada también a la esfera prosocial.

Es así como creamos sociedades más cohesionadas y respetuosas donde todos nos beneficiamos como humanidad.




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