Decía el conocido psiquiatra y neurólogo Viktor Frankl que las injusticias sociales duelen más que el sufrimiento físico. Cuando estaba en los campos de concentración de Auschwitz y veía a los guardias golpeando o castigando a sus compañeros, ese dolor era insoportable. Porque la injusticia se vive como un atentado hacia nuestros valores, principios y esencias como seres humanos.
Ese sentimiento, el de que los cimientos de lo que es ético y justo se socava, se procesa en el cerebro de manera adversa. Es común experimentar una sutil combinación entre ira y desesperanza. Ser testigos de cómo nuestro mundo va, en ciertas ocasiones, hacia una deriva marcada por lo abusivo y hasta el sinsentido, despierta en nosotros una amalgama de complejos sentimientos.
Asimismo, se da otro hecho. Hay personas más sensibles que otras ante las injusticias, hasta el punto de ver su estilo de vida limitado por esta percepción. Llega un punto en que uno puede pensar que nada vale la pena, que todo esfuerzo queda en balde ante una sociedad que no ofrece un trato lícito a quien se esfuerza y se conduce por el camino correcto.
"La injusticia, allí donde se halle, es una amenaza para la Justicia en su conjunto”.
-Martin Luther King-
¿Qué es la hipersensibilidad a la injusticia?
A todos nos frustra que los sistemas que se construyeron para garantizar dimensiones como la igualdad, el respeto y la convivencia fallen. Asomarnos a las noticias cada día pone en jaque nuestra confianza en el mundo. Realidades como la discriminación, el abuso, la falsedad, las desigualdades sociales, la falta de oportunidades y los conflictos a pequeña y gran escala, nos indignan.
Nuestra mente y parte de su estabilidad se sustenta al pensar que el mundo en el que vivimos se guía por la justicia, el respeto, la decencia, la bondad y la ética. Así, y aunque sabemos que a veces esos pilares tiemblan, toleramos algunas inconsistencias puntuales porque asumimos que la mayoría del tiempo sí funcionan, y sí sostienen todo lo que nos rodea.
Ahora bien, hay personas que sufren lo que denominamos como hipersensibilidad a la injusticia. Es decir, cuando leen o son testigos de esas irregularidades en el equilibrio de lo que es justo, se abruman. Existen muchos hombres y mujeres que procesan con elevado sufrimiento cualquier situación en la que él mismo o los demás se vean en desventaja social.
¿Cómo se manifiesta?
Un estudio realizado en la Universidad de Bonn, en Alemania, nos indica que, por término medio, las mujeres evidencian en mayor grado la hipersensibilidad a la injusticia. Su respuesta neurológica era más intensa. No obstante, eso no quita que también los hombres experimenten en piel propia las siguientes realidades psicológicas:
- Indignación y frustración al comprobar que lo que es ético y justo no se cumple.
- Sentimientos de desesperanza.
- Imposibilidad de centrarse en otro aspecto durante horas o días cuando se ve o experimenta algo que no es respetable o lícito.
- Rumiación constante en la inequidad, darle vueltas a esos hechos que se consideran poco respetables.
- Percepción de que el mundo es un lugar cada vez más hostil.
- Temor a que en el futuro uno mismo sea víctima de esas injusticias que sufren otros.
- La sensibilidad a la injusticia puede hacer que la persona deje de confiar en las instituciones.
Factores, como la empatía cognitiva y un nivel más elevado de materia gris, explican nuestra mayor sensibilidad a la injusticia, según la ciencia.
¿Cuál es la causa que hay detrás de ese dolor por las injusticias?
Hay quien es traicionado por una amistad y supera esa decepción en cuestión de semanas. Otros no lo olvidan nunca. Están los que sientes ganas de mover cielo y tierra ante quienes sufren a diario cualquier discriminación. Sin embargo, algunos asumen que el mundo es inherentemente injusto y que, ante esas taras, hay poco que hacer más que asumirlas.
La hipersensibilidad a la injusticia resulta tan impactante que a muchos les impide poder llevar una vida normal. Se encallan en el malestar y la desafección. Miran al mundo y a quienes habitan en él con cierto temor y desconfianza. ¿Podré fiarme de las instituciones? ¿Si tengo un problema podrá la justicia defenderme como merezco? ¿Es el ser humano egoísta por naturaleza?
En psicología procuramos transmitir a las personas que la vida, en ocasiones, no es justa. El ser humano es falible y, a veces, muchas de las cosas que damos por sentadas, se derrumban. Todo ello genera sufrimiento, pero estamos obligados a aceptarlo para poder avanzar. Sin embargo, hay personas con ciertas dificultades para dar ese paso. Comprendamos las razones.
Origen neurológico
Los hombres y las mujeres que se ven muy afectados al presenciar la injusticia evidencian una particularidad neuroanatómica. Tienen un mayor volumen en la materia gris de la corteza insular media bilateral. Es un matiz singular y llamativo que ha podido apreciarse en estudios como los realizados en la Universidad de Berna, en Suiza.
Estilos de personalidad
Las personas con mayor empatía cognitiva también puntúan más alto en la característica de la hipersensibilidad a la injusticia. Esto se explica por una cualidad muy concreta. Hay quien tiene una competencia más desarrollada que otros a la hora de comprender las perspectivas de los demás.
Van más allá de la simple empatía afectiva (conexión emocional) y conectan con las necesidades y realidades singulares de otros seres humanos. Por otro lado, hay otro rasgo de personalidad que también correlaciona con este factor y es la alta sensibilidad. Los hombres y mujeres PAS sufren con las injusticias y también presentan una alta empatía cognitiva.
La posibilidad de contribuir a un mundo más justo…
Llegados a este punto, más de uno puede pensar que padecer de manera más intensa por las injusticias es un problema. Lo es sin duda si esa percepción y esa sensación nos bloquean hasta el punto de no poder reaccionar y de desconfiar de toda institución. No es lo adecuado. Ahora bien, pensemos lo que sería si todos experimentáramos esta percepción, este dolor social.
Es probable que si en esta sociedad cada uno de nosotros padeciéramos por las injusticias ajenas, trabajáramos más por salvaguardar lo que es ético. Lejos de quedar encallados por ese malestar, es recomendable buscar mecanismos para promover escenarios más justos en la medida que nos sea posible. Nos hará sentir mejor y contribuiremos a un mundo más justo.