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Ira y silencio: estamos más enfadados de lo que pensamos


Quizás conozcas a personas dulces, amables y consideradas. Sin embargo, quizás te cueste creer que algunas de ellas, por dentro, estén frustradas y enfadadas. Porque las personalidades más afables a menudo son también aquellas que no saben gestionar determinadas emociones, como la ira. Acumulan y acumulan su energía y se empeñan en ignorar sus mensajes, impidiendo de esta forma que dejen de tener efecto.

Esta realidad psicoemocional en la que uno elige engullir y disimular los sentimientos difíciles es más común de lo que pensamos. Somos el resultado de una educación algo atrofiada y deficiente en esta materia. Es como si existiera un acuerdo tácito en el que se nos recomienda negar la ira o esconderla tras el silencio.

Mensajes como "no te enfades, eso es una tontería” han hecho que, desde niños, integremos esa narrativa. La de no enfadarnos abiertamente, la de dejarlo pasar, la de no reaccionar cuando nos pinchan con injusticias, cuando nos embisten con los desaires. Enmudecer ante lo que duele e indigna tiene un coste. En especial, si arrastramos esta mala costumbre durante años.
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    La ira es la emoción que genera mayor activación fisiológica y que implica cambios en nuestros procesos de pensamiento. Reprimirla y hacer como si no estuviera tiene un notable coste.

Chico pensando en la ira y silencio
Capacitarnos en el manejo de las emociones de valencia negativa puede mejorar nuestra calidad de vida.
Ira y silencio, el sustrato de muchos malestares psicológicos

¿Qué sueles hacer cuando te enfadas? ¿Qué estrategia aplicas cuando alguien sobrepasa los límites contigo y te provoca algún tipo de daño u ofensa? ¿Confrontas a la persona infractora? Hay quien lo hace y aplica adecuadas herramientas de afrontamiento, con un diálogo seguro, directo y asertivo. Otros, por su parte, optan por desahogarse en redes sociales.

Este es un recurso tan común como inútil. Muchos se limitan a escribir un texto en sus muros de Facebook e Instagram compartiendo su experiencia y desahogando su indignación. Hay quien, cómo no, busca la cercanía de un amigo, de la pareja o familiar para volcar sobre ellos su mala experiencia.
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Asimismo, una buena parte de las personas a quienes se les ha ofendido se convierten de pronto en las criaturas más silenciosas del mundo. No solo no reaccionan ante esa figura que les ha provocado el daño, sino que durante unas horas o días se limitan a hacer costra, rememorando una y otra vez en la mente lo sucedido. Imaginando qué hubieran podido decir o hacer, pero sin hacer nada en la realidad.

    Nos han hecho creer durante mucho tiempo que hay emociones inapropiadas, como por ejemplo, la ira.

Las emociones complicadas: ¿de verdad son tan peligrosas?

Cuando pensamos en estados emocionales como la ira o el enfado, visualizamos al instante un emoticono de color rojo con los dientes apretados y con humo saliéndole de las orejas. Nuestra educación y la propia cultura que nos rodea nos inoculan la idea de que las emociones de valencia negativa son peligrosas. No solo no hay que expresarlas, sino que hay que desplazarlas de nuestro primer plano emocional al cajón del silencio.

Asociamos la ira con el grito y la agresión. También con la conducta violenta. Cuando en realidad, todas las emociones, incluyendo las de valencia negativa, cumplen un cometido esencial y solo su mal manejo ocasiona problemas. En un estudio de Berkowitz y Harmon-Jones del 2004 se indica que nada es tan común como enfadarnos (al menos de manera leve) varias veces a la semana.
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¿Qué consecuencia puede tener si optamos por engullir cada molestia, indignación y enfado? Hay un dato revelador que nos lo dice todo. La Universidad Médica de Mazandaran descubrió que una parte significativa de los pacientes que padecen hipertensión primaria se debe a la práctica continuada de silenciar la ira.

    La hipertensión es un efecto psicosomático muy común entre quienes evidencian una mala regulación emocional.

Ira y silencio en la mujer, un coste para la salud

Si hay un sector de la población que entiende de ira y silencio es la mujer. En especial, si nos vamos a las generaciones de nuestras madres y abuelas. Porque cuando una mujer se atrevía a demostrar su frustración y su enfado ante una injusticia, era tachada de loca. Por lo que era mejor no protestar, ceder y callar.

El miedo a la desaprobación, a la burla y al rechazo por expresar este sentimiento ha sido tradicionalmente algo muy común. Tanto es así, que no podemos imaginar lo enfadadas que podían estar nuestras abuelas con muchas de las injusticias que vivían a diario. Mientras su interior bullía de indignación, de puertas para afuera eran las criaturas más amables y cercanas del mundo.
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Esto, como bien podemos imaginar, siempre tiene un coste para la salud. Todo lo que se silencia durante meses y años termina traduciéndose en pérdida de bienestar físico y mental.
chica sufriendo la Ira y silencio
Optar por el silencio y por no dar importancia a la actitud dañina o violenta va en contra de nosotros mismos.
Capacitarnos para el manejo de la ira

Sentir ira no es el inicio de un incendio. Es la alarma de incendios, la señal que nos avisa de que hay algo que no va bien. Puede que nos estén lastimando, que alguien haya vulnerado nuestros derechos o valores.
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Tengámoslo claro, ira y silencio no hacen una buena alianza, porque no abordar la señal que nos envía esa emoción es ir en contra de nosotros mismos.

¿Qué deberíamos hacer entonces cuando experimentamos esta sensación?
1. Comprende qué desea la ira de ti

La ira es la única emoción que invita a la acción y al cambio. Esto explica esa tensión física y el gran impacto que tiene en nuestro organismo. Desea que actuemos con el fin de defendernos o de solucionar aquello que nos arrebata el bienestar. Esto no significa que uno deba optar por la agresión. Dejarnos llevar por la violencia en cualquiera de sus formas, es el resultado de una mala gestión.
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Lo más adecuado es darnos un tiempo antes de actuar para hacerlo desde la mesura, el acierto y la razón. Puedes recurrir a la escritura para aclarar ideas, puedes optar por la activación de tu cuerpo mediante un paseo o algo deporte para descargar tensión. El objetivo es actuar, no desde la rabia del momento, sino desde la calma de la reflexión posterior.

    Los enfados acumulados y no afrontados terminan cambiando nuestro carácter. La comunicación directa y asertiva es nuestra mejor aliada para reducir esa carga negativa arrastrada durante años.

2. Actúa desde la asertividad y la seguridad personal

Hay que actuar ante lo que arrebata la dignidad y no vale escudarnos en el silencio y la inacción. Es necesario aplicar un enfoque basado en la asertividad, la negociación y el establecimiento de límites. Nuestros sentimientos de impotencia se reducirán cuando respondamos de manera firme, dejando claro qué nos ha hecho daño y qué no deseamos que vuelva a repetirse.

Es cierto que la ira es una emoción intensa, pero lo cierto es que puede controlarse. Y cuando lo hacemos, cuando la regulamos y hacemos un buen uso de ella, la vida mejora.


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