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La amargura: un estado cargado de malestar psicológico


La amargura es un estado de malestar psicológico gobernado por las emociones negativas. Afecta a quien se encuentra en esa situación, pero también es habitual que tenga efectos sobre las personas que están cerca de la persona en ese estado.

El diccionario indica que la amargura equivale al predominio de emociones como el disgusto, la aflicción, el sinsabor, la pesadumbre y la melancolía. Sin embargo, una persona amargada no suele vivir su situación de forma pasiva, sino que expresa continuamente su malestar. Por ejemplo, tratando con dureza a los demás.

Aunque para los demás no es fácil lidiar con alguien que se encuentra en ese estado, lo cierto es que no se debe perder de vista que quien experimenta la amargura es alguien con un profundo dolor incrustado en el alma. Puede ser muy molesto y generar dificultades con otros, pero en el fondo lo que necesita es ayuda. Veamos esto con más detalle.

    "El crecimiento de la sabiduría puede medirse exactamente por la disminución de la amargura”.
    -Friedrich Nietzsche-

La amargura, ¿qué es?

La amargura es una expresión de tristeza y de ira acumuladas; el origen suele estar en eventos del pasado que no han logrado asimilarse o tramitarse. Suele hacer que la persona imprima un sesgo de interpretación negativa a lo que le sucede, lo que a su vez alimenta esta amargura.

En la amargura predominan el dolor emocional y el enfado. De no resolverse, esta condición tiende a crecer de manera continua, pero también imperceptible. Lo usual es que al comienzo haya hechos o eventos que precipiten la tristeza o el enfado.

Es muy habitual que la amargura sea fruto de un resentimiento. Esto es, del enquistamiento de la ira o el dolor provocado por alguna ofensa del pasado. Ni se puede olvidar, ni se logra tramitar. El resultado es ese estado continuo de disgusto con el mundo que llega incluso a dar forma a una actitud en la que predomina el deseo de hacer sentir mal a los demás.

Las señales delatoras de la amargura

Muchas personas no se dan cuenta de que están amargadas. Lo usual es que construyan racionalizaciones para justificar su estado de ánimo y hacerlo ver como una reacción coherente a lo que le rodea o sucede. Que si las injusticias mundiales, el cambio climático, el hambre en el mundo o lo ruidosos que son los vecinos… Siempre encontrarán una razón para su amargura constante, proyectando esa sensación de que están peleadas por el mundo.

Las principales señales de que la amargura ha invadido el corazón son las siguientes:
  •     En el estado de ánimo predomina el enfado.
  •     Una persona amargada es pendenciera. Con frecuencia, tiene conflictos con personas que conoce y con extraños.
  •     Explosividad, sin motivo, ante pequeñas desavenencias o contrariedades.
  •     Entrados en una discusión o en un conflicto, son muy agresivos verbalmente. De hecho, pueden llegar a ser violentos, simbólica o físicamente.
  •     La expresión facial suele ser adusta y la expresión corporal, muy rígida.
  •     Se juzga con excesiva severidad a los demás y al mundo en general.

Salir de la trampa de la amargura

Una persona amargada es alguien que sufre y que necesita ayuda. Esta condición obstaculiza el desarrollo personal y suele ser fuente de deterioro en las relaciones afectivas e interpersonales. En la amargura hay una acumulación de decepciones y frustraciones.

Lo habitual es que la amargura provenga de haberse sentido ignorado, invalidado o minusvalorado en muchas situaciones. Uno de los efectos de esto es la tendencia a pensar o sentir en exceso y esto llega a producir incluso agotamiento. Una de las claves para salir de ese estado es la de hacer más y darle menos vueltas a las cosas.

Las aficiones creativas ayudan mucho.

El ejercicio consume energía, canalizando de manera efectiva la que puede derivarse de un estado emocional, y haciendo más fácil la tarea de gestionarlo. Sin embargo, lo más importante es trabajar por perdonar y perdonarse por esos agravios del pasado. En estos casos es muy positivo aprender a ver lo sucedido desde el punto de vista del otro.

En ocasiones es necesario contar con el acompañamiento de un psicólogo. Un profesional facilita la tarea de construir un relato adaptativo, que nos ayude, sobre acontecimientos dolorosos, dejando poco espacio para la ira o el resentimiento.



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