¿Expresas lo que sientes y necesitas en cada una de tus relaciones? ¿Tienes en cuenta tus sentimientos a la hora de tomar decisiones o priorizas antes lo que quieren los demás? Si lo haces de este modo, enhorabuena, gozas de una buena responsabilidad y madurez emocional. Gracias a ellas navegarás con aplomo y bienestar en buena parte de tus vínculos con otras personas.
En caso contrario, tienes un problema. Aunque lo cierto es que son muchas las personas habituadas a reprimir sus emociones, como quien engulle una piedra tras otra. Callan lo que les duele por no molestar. Silencian lo que les frustra por no contradecir a nadie. Ocultan lo que necesitan en cada momento porque se han habituado a no expresar, a no reclamar ni informar de lo que quieren.
¿Por qué decir que estoy mal si lidio desde siempre con mis problemas en soledad y hermetismo? Esta tendencia, este tipo de conducta en materia de psicoemocional, tiene mucho que ver con el modo en que nos educaron. El tipo de validación parental que recibimos de niños modula de manera directa nuestra forma de expresar y de relacionarnos con las emociones en la edad adulta.
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Profundicemos un poco más.
Pediremos lo que nos permitieron pedir, reclamaremos lo que nos enseñaron que podemos reclamar. Aquello que nuestros padres nos enseñaron de niños en materia psicoemocional modula nuestra conducta.
hombre con miedo a la intimidad debido a la falta de validación parental
Buena parte de las personas con dificultades para hablar de lo que sienten tiene su origen en el tipo de crianza recibida.
La validación parental y su impacto en nuestra madurez
La validación parental permite a los niños tomar conciencia de que aquello que sienten es importante y deben aprender a manejarlo. El padre y la madre hábiles y respetuosos saben que deben guiar a su hijo a la hora de etiquetar de manera efectiva las emociones que sienten. Esto le permitirá al pequeño estar más en sintonía consigo mismo para desarrollar una adecuada inteligencia emocional.
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El cúmulo de sensaciones que se desatan con las rabietas, por ejemplo, son paralizantes para el niño. Si el adulto las resuelve con gritos y castigos, esa criatura irá poco a poco, reprimiendo su ira, su frustración y su malestar. Algo parecido sucede cuando están inmersos en una tarea compleja. Si los padres elogian el esfuerzo del pequeño, es probable que esa criatura aprenda a tolerar mejor la frustración.
Validación parental también es guiarles para comunicar mejor sus experiencias internas a las personas que les rodean. «Me siento triste», «yo estoy enfadado porque… », «tengo miedo de… », etc. Nada es tan importante como un cuidador recordándonos a diario que hay que hablar de lo que duele y se necesita, en lugar de reprimirlo o canalizarlo con ira.
Los padres negligentes y las familias disfuncionales son el sustrato y la raíz de muchos de nuestros problemas. Por ejemplo, el no poder construir vínculos felices con los demás cuando somos adultos.
Crecer en entornos invalidantes impide a menudo amarnos y amar como merecemos
La validación parental en la infancia es una herramienta poderosa en la construcción de relaciones seguras con los demás. Puede que sea, de hecho, la piedra angular de nuestro bienestar psicológico. Tener unas figuras que demuestran a diario que merecemos ser amados y que nuestras emociones son importantes actúa como el mejor nutriente para un niño.
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Un estudio de la Universidad de Palo Alto, por ejemplo, destaca algo importante. La validación es también ese elemento esencial en todo escenario psicoterapéutico. Es lo que aplica el psicólogo para reforzar al paciente, para hacerle ver la verdad de lo que siente y piensa. Porque la persona que solicita ayuda lleva tiempo sin comprender ni tomar contacto con sus emociones subyacentes, esas que reclaman presencia, atención y comprensión.
Crecer en entornos invalidantes, en familias en las que se nos enseñó a callar necesidades y a priorizar las de los progenitores resulta traumático. Se priva de la seguridad, del apoyo del adulto cuando más se necesita. Esto deriva en desarrollar una identidad y una autoestima frágil, en problemas para regular las emociones y en dificultades para amar y amarse de manera saludable.
La falta validación parental afecta a tu comunicación emocional
Si de niño te hicieron creer que llorar, quejarse o protestar era de débiles, es probable que en la edad adulta seas muy hermético con tus necesidades. No pedirás nada y optarás por resolver tú mismo tus problemas. No te quejarás y harás como si nada te afectara. Tampoco tendrás en cuenta tus necesidades, las aparcarás a un lado, las guardarás bajo llave para priorizar las de los demás.
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Cuando a un niño se le dice una y otra vez que su experiencia emocional interna es incorrecta, él mismo se siente incorrecto como persona. Desde ese momento algo se rompe en él, deja de confiar en los demás y en todas sus emociones quedan desreguladas. Ansiedad, estrés, ira contenida, baja autoestima, una comunicación emocional deficiente…
La falta de validación parental es como un virus que todo lo altera. Se debilita la dignidad, bajan las defensas del amor propio y se eleva el riesgo de derivar en algún trastorno psicológico. Depresión, trastorno límite de la personalidad, etc.
Niña triste debido a la falta de validación parental
La validación no busca solucionar los problemas de nuestros hijos, tampoco de cambiar su experiencia emocional. Consiste en guiar al niño para que reconozca su emoción y la regule.
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¿Cómo validarme a mí mismo?
Quien más y quien menos lidia en la edad adulta con los errores que sus padres cometieron con ellos. Es un lastre de mayor o menor impacto que puede, en ocasiones, dificultar incluso que logramos construir vínculos felices con los demás. ¿Qué podemos hacer en caso de ser víctimas de la invalidación paternal en la infancia?
Como señala Boris Cyrulnik en su libro Los Patitos feos (2001), una infancia feliz no determina una vida. Podemos cambiar, recomponer heridas, enderezar lo distorsionado y reescribir muchas de las narrativas mentales que nos inculcaron. En este caso, es prioritario desarrollar una buena inteligencia emocional. Esto implica tomar contacto con nuestras emociones, darles presencia, nombrarlas y aprender a regularlas.
Saber comunicar, expresar lo que sentimos, dejar de reprimir sentimientos y aprender habilidades sociales puede ser clave en todos los casos. Asimismo, no dejemos de lado un hecho. La terapia psicológica es esa herramienta poderosa capaz de sanarnos y habilitarnos en este conjunto de dimensiones. No dudemos en pedir ayuda, validarnos a nosotros mismos es la aleación que nos permitirá conectarnos mejor con la vida.