Como emoción humana que es, la culpa y su resultante sentimiento de culpabilidad, la hemos experimentado todos a lo largo de nuestras vidas, siendo una emoción que consideramos negativa, pues en definitiva nos hace sentirnos mal.
Pero definir la culpa como algo negativo o positivo no es tan simple como identificarla a los sentimientos que pueden venir parejos a ella, sino que requiere un análisis mas profundo e individualizado de todos los factores que intervienen.
La culpa es una emoción, pero ¿que son las emociones? Las emociones son indicativos, señales de nuestro cuerpo y psique que nos indican o propician estímulos útiles para identificar nuestro camino y acciones en la vida, facilitando nuestro proceso adaptativo al entorno en que nos movemos.
Y ¿cuándo sentimos culpa? Normalmente cuando rompemos o creemos haber roto ciertas normas o significados tanto personales como sociales, de carácter ético, natural, religioso, sexual, existencial… podemos encontramos ante una culpa causa-efecto, hicimos algo que pensamos que no debíamos haber hecho, o a la inversa, no hicimos algo que creíamos debía haberse hecho y ahora nos sentimos mal, pudiendo ser todo esto algo real o imaginario.
Resulta obvio que todos deseamos evitar el sentimiento de culpabilidad, pues es un sentimiento que nos lleva con facilidad a la tristeza, la vergüenza, la autocompasión, la mala conciencia, los remordimientos, provocando una mezcla de emociones y sentimientos que nos hacen sentir mal y que además se retroalimentan entre sí dificultando su identificación y una superación positiva de los mismos.
Como consecuencia de no querer experimentar lo anterior, se produce un proceso de autoaprendizaje y evitación de lo que nos llevó a ello anteriormente, por ejemplo, si lastimar a alguien nos produce sentimiento de culpa, dicho sentimiento a su vez nos enseñará a no desear lastimar nuevamente a nadie, encontrando aquí un factor positivo propio de las emociones, adaptativo y social.
La culpa no debe enquistarse, hay que hacer un proceso de reflexión que nos permita olvidarla, que entendamos que hemos aprendido algo de ello, que podemos emprender acciones de reparación si es posible, que en definitiva seguimos avanzando siendo más sabios y mejor personas.
Debemos saber identificar sus causas, pero también que estas no son homogéneas, dado que el sentimiento de culpa esta profundamente relacionado con la escala de valores personales producto de la educación recibida, no todos experimentaremos culpa ante las mismas cosas y no toda culpa tiene un origen necesariamente reprobable, por tanto es fácil caer ante sentimientos de culpabilidad que choquen con la biología propia de las personas o sus intereses universales.
La culpa puede convertirse en una emoción carente de utilidad si su generación no responde a hechos objetivamente reprobables.
En la teoría, los grupos sociales, desde la sociedad a la familia, se dotan a si mismos de un conjunto normativo para mantener un orden y armonía colectivas, sin embargo esta normatividad es normalmente prestablecida e impuesta per se, por lo que en la práctica es necesario comprender que dicha normativa no siempre responde a intereses colectivos.
Este factor nos puede llevar a una culpabilidad generada desde las estructuras de control que no responde a transgresiones de hechos natural y racionalmente negativos, una culpabilidad manipulada, a menudo provocada por culturas predominantemente moralistas, rígidas y puritanas, o imbuida por religiones que con maestría han sabido explotar el ciclo de confesión, arrepentimiento y penitencia; sociedades que han caído en usos que responden a condicionantes meramente económicos e incluso por figuras familiares perfeccionistas en exceso o chantajistas.
Quebrantar o creer haber quebrantado de algún modo dicha normativa, asumida sin más, sin tener en cuenta nuestros propios intereses como individuos y como sociedad, provoca que innumerables personas lleven vidas atormentadas en sí mismas a causa de hechos que no se basan en ninguna transgresión real, personas que viven acarreando una culpa que los tiene atados y en cierta medida fracasados a nivel emocional.
No es infrecuente ver personas que autoreprimen su sexualidad, porque la perciben como sucia, pecaminosa, inaceptable, y sienten ante ella una culpa confundida con vergüenza. Quienes sienten que han fracasado en la vida por no haber llegado a una meta o estatus social. Por no haber cumplido las expectativas familiares. Incluso quien se siente culpable por tener éxito si quienes le rodean no lo tienen. Todo ello afecta negativamente en la autoestima y el estado de ánimo.
Si el sentimiento de culpabilidad no puede solucionarse, porque no responde a una situación de aprendizaje o adaptación que esté en la mano de uno mismo, se convierte en un factor de riesgo. En estos casos hay que aprender a contrarrestar el sentimiento de culpa con un análisis integral, crítico y racional de la situación, los hechos, las causas, las consecuencias y los valores personales, contraponiendo responsabilidad a culpabilidad, un sentido de la responsabilidad que nos ayude nuevamente a reconducir nuestra emoción y nuestra posición en el entorno.