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Relación entre la inteligencia emocional y el pensamiento crítico


¿Qué es lo primero que te viene a la mente cuando escuchas el término «pensamiento crítico»? Por lo general, asociamos esta dimensión a la observación, al análisis, al juicio, la reflexión y el cuestionamiento. No es frecuente vincular esa mirada más analítica y racional con el mundo de las emociones o, en concreto, con la inteligencia emocional.

Sin embargo, es interesante saber que nos sería muy difícil aplicar un razonamiento crítico si no manejáramos de forma adecuada el complejo universo de lo emocional. Y ese, es quizá, nuestro mayor reto. También el problema que explica parte del sufrimiento de la sociedad actual. Porque abundan en exceso las personas con vidas frenéticas e hiperconectadas.

La multitarea, la presión constante del entorno y el estar rodeados de estímulos nos convierte en personas con problemas en el buen arte de la regulación emocional. Nos domina la inmediatez y, en ese contexto espinoso, la mente se vuelve errante, la atención se dispersa y resulta casi imposible pensar de manera crítica cuando el estrés y la ansiedad lo filtran todo.

Es importante que trabajemos, por tanto, esos dos pilares del bienestar y del potencial humano: la inteligencia emocional y el pensamiento crítico.

    Saber regular nuestras emociones resulta decisivo para pensar de manera juiciosa.

¿Por qué la inteligencia emocional y el pensamiento crítico tienen un vínculo directo?

Entendemos el pensamiento crítico como esa forma de razonar más disciplinada, que se orienta al análisis, a la evaluación activa y a la reflexión sobre la información que recibimos. Es casi como un enfoque científico, no hay duda. Por ello, es común caer en el error de asumir que este proceso cognitivo tan sofisticado no incluye en su variable el aspecto emocional.

Es inevitable apagar las emociones a la hora de analizar nuestra realidad. Como también lo es, en muchos casos, desactivar todos los sesgos cognitivos. Lo más necesario, en cualquier caso, es ser conscientes del impacto de estas dos dimensiones en la manera de pensar y saber regularlos. Esa es la auténtica clave.

De este modo, estudios como los realizados en la Universidad de Florida, por ejemplo, profundizan en este aspecto para señalarnos algo interesante. El pensamiento crítico facilitaría e impulsaría una vida emocional más racional y equilibrada. Es más, el buen liderazgo debe estar bien orquestado por estas dos dimensiones.

Inteligencia emocional y el pensamiento crítico se retroalimentan mutuamente. Tanto es así que, al trabajar uno, asentamos las bases para el desarrollo del otro. Analicemos por qué.

    Solemos pensar que emociones y pensamientos (corazón y cerebro) son dos entidades separadas. No obstante, ambos configuran una misma autopista de dos vías.

1. La autoconciencia: emociones y pensamientos bajo control

La inteligencia emocional nos habilita en una herramienta decisiva: la autoconciencia emocional. ¿Qué significa esto? Que gracias a esta competencia comprendemos mejor nuestros estados internos para tener control sobre los mismos. La persona con deficiencias en esta área, por ejemplo, es alguien que piensa y actúa llevado por la impulsividad, por la emoción difícil que no se regula.

De este modo, quien no sea hábil para reconocer su propio estado de ánimo tendrá problemas para aplicar un pensamiento eficaz. A veces, lidiamos con una ansiedad subyacente que condiciona por completo nuestras decisiones. Por tanto, si Daniel Goleman definió la autoconciencia emocional como la piedra angular de la inteligencia emocional, fue precisamente por esta realidad.

2. Autorregulación para controlar el pensamiento impulsivo

Uno de los mayores enemigos del pensamiento crítico es la impulsividad. «Pensar rápido», como diría Daniel Kahneman, o en piloto automático, nos impide llevar a cabo todos esos procesos que simplifican el poder ejecutar un enfoque más crítico y analítico. Cuesta reflexionar, meditar o comparar la información cuando nuestra mente se salta todos los pasos, llevada por las prisas y la acción-reacción.

La inteligencia emocional y el pensamiento crítico tienen un vínculo directo porque hay un eslabón que los une. Y es la autorregulación. Ser capaces de no dejarnos conducir por la emoción sentida, sino tomar contacto antes con ella para entenderla y regularla, es una herramienta decisiva.

Pensaremos mucho mejor si la frustración no está en primer plano. Analizaremos de forma óptima una información o una situación si el estrés no nos nubla, o si hay un enfado en la recámara que opaca nuestro buen juicio.

    Gracias a la inteligencia emocional hacemos uso de una buena comunicación y empatía, algo esencial para tener mayor información del entorno y pensar de manera crítica.

3. Pensamiento crítico y habilidades sociales

¿Te has preguntado alguna vez cómo influye la empatía y la buena comunicación emocional en el pensamiento crítico? En realidad, conforman ensamblajes extraordinarios para el desarrollo personal. Igualmente, la inteligencia emocional y el pensamiento crítico se relacionan a través de las habilidades sociales.

Solo quienes escuchan al otro de manera abierta, empática y mediante una comunicación eficaz, obtienen mayor información para pensar de manera crítica. Es disponer de más variables para decidir. Implica desarrollar una mente abierta y flexible que tiene en cuenta datos desafiantes de nuestras creencias.

4. Motivación para resolver problemas

A la hora de emitir un juicio razonado hay una serie de emociones que siempre estarán presentes. Nos referimos a esos estados psicofisiológicos de valencia positiva. Dichos estados se articulan también a través de otro elemento estrella de la inteligencia emocional: la motivación.

La conducta motivada se alimenta de la curiosidad, de la determinación, la confianza, la inspiración… Excluir estos estados tan energéticos obstaculizaría por completo el poder resolver un problema y tomar una decisión. El pensamiento crítico requiere de esa mente motivada, apta para regular los estados emocionales negativos y razonar de manera eficaz.

Inteligencia emocional y el pensamiento crítico son como un puente de ida y vuelta en donde todo proceso usa como engranaje la automotivación. Gracias a esta dimensión nuestra atención se focaliza en lo más importante, sin distracciones. A su vez, es un elemento decisivo que aplaca la frustración y facilita un pensamiento siempre ágil y dinámico.

Conclusión

Si hay algo que le hace falta a la sociedad es alfabetizarse mucho más en estas dos competencias de vida y de bienestar. La inteligencia emocional y el pensamiento crítico son un par de dimensiones que deberían estar presentes en el currículum escolar de todo niño y adolescente.

Conocer las propias emociones, regularlas y pensar de manera crítica, mejoraría el bienestar psicológico y el desarrollo psicosocial de toda persona. En un mundo cada vez más caótico, dominado por las redes sociales, las noticias falsas, la tiranía de la imagen y la exigencia, sin imprescindibles herramientas para poder navegar en nuestro día a día.

Estamos a tiempo, nunca es tarde para habilitarnos en estas semillas psicológicas excepcionales. Demos el paso.


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