Sanar antes de tener hijos es imprescindible en la búsqueda de su pleno bienestar. En este sentido, la mejor enseñanza que podemos proporcionarles es la de cuidarnos, protegernos del daño y ser respetuosos con nuestro templo y con el de los demás, pero esto no es algo tan sencillo como parece a simple vista.
Gran parte de las personas deseamos lo mejor para nuestros hijos, pero desearlo no es suficiente. Hace falta mimbre para construir un cesto y, muchas veces, no somos conscientes de la falta de mimbre o, lo que es lo mismo, no somos conscientes de cuál es nuestro estilo de apego y de cómo vamos a transmitírselo a nuestros pequeños.
Resulta devastador observar personas rotas desde la infancia como consecuencia del estilo de apego de sus padres o de otras problemáticas de salud. Teniendo esto en cuenta, podemos afirmar rotundamente que la salud psicológica de las personas comienza desde mucho antes de la concepción. Ante esto, no podemos cerrar los ojos.
Veamos algo más sobre ello a continuación.
Los cambios psíquicos que se producen durante el embarazo
A nivel psíquico, durante el embarazo, se comienza a hacer espacio al bebé. En el análisis de este proceso, Dinora Pines, una médico británica, estableció tres etapas diferenciadas en el embarazo:
- Primera etapa: desde la concepción hasta los primeros movimientos fetales (18 semanas). En dicha etapa, la madre se siente ambivalente, valorando si es un buen momento para ser madre, si lo hará bien, etc. Dichas dudas son normales, excepto que interfieran con la vida cotidiana.
- En la segunda etapa, la cual es también crucial, nos encontramos con las representaciones maternales. Esta se produce entre la experimentación de los primeros movimientos fetales hasta la semana 34 aproximadamente. Este es el periodo en el que la mujer ya nota al bebé dentro de ella. En este momento, la mujer comienza a recordar cómo fue su relación con su madre y cómo han evolucionado esos roles a lo largo de la vida. Se comienza a construir el rol de madre, ya que se comenzará a valorar si se asume un papel parecido o contrario a lo experimentado. Esto ocurrirá de una manera gradual según la mujer vaya elaborando la visión que tenía integrada de la relación con su madre.
- En la tercera etapa, desde la semana 34 hasta el parto, aparecen fantasías relacionadas con el momento del parto. Es aquí cuando la convivencia con la ansiedad puede ser mayor. La representación mental de cómo va a ser el bebé y de cómo va a ser la vida con él comienza a ser más estable.
La representación mental del bebé en la madre, clave para el desarrollo psicológico
Tal y como señalaron los investigadores Zeanah y Benoit, lo que pase en esta última etapa será crucial. En su estudio se observó que cuando el parto era traumático o no se cumplían las expectativas de la madre, lo que ocurría era que la representación mental de la madre se rompía y se tenía que producir un complejo reajuste psicológico.
Por otro lado, cuando las representaciones mentales eran equilibradas, es decir, no eran tan idealizadas o todo iba según lo imaginado, los bebés se desarrollaban de una manera más segura en el primer año de vida. Si la madre es más consciente del desarrollo de su bebé, es más probable que esta tenga más sintonía desde el primer momento.
Por ello, dado que el embarazo es un momento crucial para revisar nuestra historia vincular, la preconcepción será un momento ideal para que los padres revisen su historia y resuelvan lo que corresponda, decidiendo si quieren perpetuar los roles experimentados o no.
Los estilos de apego, clave para sanar
El sistema de apego es el mecanismo responsable de captar y controlar la seguridad y accesibilidad que nos ofrecen nuestras figuras de apego. Este proceso se produce en origen en la infancia, por lo que estas figuras de apego serán nuestros padres o cuidadores principales.
En base a cómo fue nuestra relación con ellos, se confirma nuestra manera de relacionarnos y de amar. Es decir, amaremos de una u otra manera en función de cómo nos amaron. Esto conformará del todo nuestra historia relacional y, por ende, la de nuestros hijos.
Digamos que hay 4 estilos de apego: el apego seguro, el apego ansioso, el apego evitativo y el apego desorganizado. Tenemos un tipo de apego seguro y tres estilos inseguros.
Si una persona posee un estilo de apego inseguro y no lo trabaja terapéuticamente, se lo transmitirá a sus hijos en su manera de ofrecerles protección y autonomía. Es decir, es a partir de la combinación de estos dos pedales que favorecemos el desarrollo de un apego seguro o inseguro en nuestros hijos.
Así, si bien la mayor parte de los padres quiere estimular un apego seguro en sus hijos, solo aproximadamente un 50-60 % de la población lo posee. Mientras que el evitativo lo posee un 20 % de la población, el ansioso un 15 % y el desorganizado un 5-10 %. Veamos una breve descripción de cada uno de ellos:
- El estilo de apego seguro ofrece accesibilidad, sintonía y tiene una capacidad de respuesta acorde con las necesidades del niño. Además, es capaz de validar las emociones y potencia la curiosidad y la autonomía de su hijo o hija.
- Por su parte, el estilo de apego evitativo se siente incómodo en su relación con sus emociones, generando esto una tendencia a desconectarse de su mundo emocional y a conectar poco con sus hijos. En estos contextos peligran la intimidad, el cariño y la protección.
- En el estilo de apego ansioso, el padre o la madre no son consistentes en su manera de responder a las necesidades de la niña o del niño. Normalmente, estos padres están muy implicados y desean hacerlo bien, pero no ofrecen de una manera coherente la atención emocional que la situación requiera, por lo que se crece en un ambiente de incertidumbre y dará lugar a niños y adultos que están constantemente desregulados.
- Por último, en el apego desorganizado, el cuidador principal genera gran desconcierto y terror en el niño o la niña. Generalmente, desprotegen y generan sentimientos de vulnerabilidad. Son habitualmente padres con adicciones o problemas psiquiátricos graves. Generan miedo y el niño tiene que convivir continuamente con ello.
Es importante que identifiquemos adecuadamente nuestro estilo de apego y trabajemos aquello que sea necesario. Esta será la única manera de no reproducir patrones poco adaptativos en nuestras relaciones de pareja, de amistad o familiares, así como de no transmitir a nuestros hijos una herencia emocional que marque su vida de una manera disfuncional para siempre.