Solemos asumir que los bebés no tienen una visión tan buena como los adultos. De hecho, un recién nacido tiene una agudeza visual muy deficiente, y es durante los primeros meses de vida que va logrando enfocar la vista y discriminar colores. Aun así, los infantes son capaces de identificar ciertos matices que, a ojos de un adulto, resultan imperceptibles. Esto se debe a la denominada constancia perceptual.
Dicha habilidad no se desarrolla hasta aproximadamente los cinco o seis meses de vida. Y, aunque pueda parecer una pérdida (debido a que dejamos de captar esas sutilezas), lo cierto es que se trata de un proceso necesario para entender el mundo. Sin esa constancia perceptiva nos sería muy difícil organizar la realidad y comprender los estímulos que nos rodean. Te contamos por qué a continuación.
¿Qué ven los bebés y nosotros no?
Como decíamos, la visión de los bebés tarda tiempo en desarrollarse, y al inicio es bastante limitada. En un principio su visión es borrosa e incapaz de enfocar objetos lejanos. No perciben la profundidad de campo ni han desarrollado aún la visión estereoscópica (o en tres dimensiones). Además, para ellos es difícil distinguir colores poco saturados, y no logran discriminar entre diferentes tonos de un mismo color.
Ahora bien, pese a estas limitaciones propias de su aún inmaduro desarrollo, hay una ventaja con la que cuentan. Y es que son capaces de percibir matices y diferencias en imágenes debidas a la iluminación que los adultos no logramos apreciar. Esto es lo que encontró un estudio llevado a cabo en 2015. En él se midió la respuesta de varios bebés ante tres imágenes (A, B y C) similares pero con ciertas diferencias.
- A y B muestran el mismo objeto, pero difieren en la intensidad de pixeles entre ambas.
- B y C, por su lado, son más similares en ese aspecto, pero difieren en el hecho de tener una superficie brillante y mate respectivamente.
Los resultados mostraron que los bebés de menos de cinco meses son muy capaces de percibir esos matices o variaciones en cuanto a la intensidad de pixeles (algo que para los adultos resulta imperceptible).
Sin embargo, no captan la diferencia de superficie (brillante o mate) hasta los siete u ocho meses de edad. De tal forma, esa ventaja perceptiva inicial se va perdiendo, y entre los 5 y los 7 meses se encuentran en su punto más bajo de percepción, ya que todavía no han adquirido la constancia perceptual propia de la visión madura.
La constancia perceptual y su importancia
Y, ¿por qué ocurre lo anterior? ¿A qué se deben esos cambios en la capacidad visual que acontecen durante los primeros meses de vida? La respuesta se encuentra en el desarrollo de la constancia perceptiva. Este término hace referencia a la capacidad que tenemos para percibir un objeto o una cualidad como constante, incluso si no siempre la sentimos de la misma forma.
Por ejemplo, podemos reconocer que una silla es una silla, o que nuestro hermano es nuestro hermano, incluso si cambian las condiciones de iluminación. También podemos distinguir un instrumento aun cuando lo escuchemos a diferente volumen o tocado por diferentes intérpretes. O, por ejemplo, seguimos percibiendo que un objeto está quieto, incluso cuando lo vemos diferente al acercarnos a él.
La constancia perceptual es, en definitiva, la capacidad de abstraernos de esos elementos que varían para reconocer una constancia en el objeto o la cualidad. De algún modo, nos creamos la ilusión de que no existen diferencias, y realmente dejamos de percibirlas. Pero esto tiene una función.
Realmente no se trata de un fallo ni de una pérdida de habilidad que debamos lamentar. La constancia perceptiva ha sido fundamental durante la evolución y nos sigue ayudando a comprender el entorno y a funcionar en él. Sin ella, dejaríamos de reconocer un objeto (o a una persona) simplemente por mirarlo desde otra perspectiva o porque esté más o menos iluminado.
¿En qué otras situaciones es relevante la constancia perceptiva?
En suma, la constancia perceptual es la que nos permite ajustarnos al estímulo y poder discriminar los aspectos que más nos interesan, obviando aquellos irrelevantes. Sin embargo, aunque es una capacidad fundamental y necesaria, hay una parte de la realidad que se nos pierde para siempre al aprender a discriminar.
Por ejemplo, se ha visto que los bebés (que aún no han desarrollado esta habilidad) son capaces de identificar y diferenciar entre diversas caras de monos (algo que para un adulto sería realmente difícil). Pero, además, es un fenómeno también relacionado con la adquisición del habla.
Y es que, es cierto que la audición también se va desarrollando y refinando a medida que el niño crece, y que en un bebé aún presenta limitaciones. Sin embargo, antes de adquirir la constancia perceptual, los bebés son mucho más sensibles a las variaciones acústicas y distinguen fácilmente pronunciaciones, acentos y matices. Por esto, un infante tiene la capacidad de aprender cualquier idioma con suma facilidad si se le expone al mismo desde el inicio de su vida. Por el contrario, cuando aprendemos a discriminar, nos resulta mucho más complicado captar esas sutilezas de cada lengua y reproducirlas.
En definitiva, con todo lo anterior sabemos que nuestra percepción no es un reflejo fiel de la realidad, y que nuestros sentidos nos "engañan” con el fin de ayudarnos a dar sentido a nuestro entorno y poder responder a él.
La constancia perceptiva no es innata, sino que se desarrolla y se aprende; sin embargo, probablemente sea un cambio que esté programado que suceda por lo útil y necesario que nos resulta como especie.