"Cuidado -deberían decirnos- el amor, como las amistades, es cada vez más frágil y pueden romperse en cualquier momento”. Nadie es ajeno al hecho de que, como bien señalaba el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, nuestras relaciones son ahora más libres, más independientes, pero también más superficiales. Tanto, que es común sustituir unos vínculos por otros cada poco tiempo.
Uno puede, por ejemplo, pasarse la vida buscando pareja en las aplicaciones de cita sin llegar a un compromiso firme con ninguna. Sucede casi lo mismo con las amistades. Tampoco nos faltan esas apps que nos permiten contactar con gente que tenga intereses semejantes para construir una amistad que, seguramente, tenga fecha de caducidad.
Tal vez estemos creando una sociedad cada vez más líquida en la que los lazos con los demás se nos escurren, se pierden por la alcantarilla del desinterés con el paso de los días. Sin embargo, ¿dónde nos deja esto? El ser humano dispone de un cerebro social que necesita construir vínculos sólidos y significativos para sentirse seguro.
¿Es esta la forma de vida que más nos satisface? ¿O es, quizá, parte de la causa de nuestra infelicidad?
Las relaciones superficiales terminan siendo estresantes porque no cubren nuestras necesidades básicas de vinculación.
El coste de los lazos sociales débiles
Los lazos sociales débiles son, con toda seguridad, parte de nuestro malestar cotidiano. Tener amigos cuyo trato no dura es como no tenerlos. Ir acumulando un fracaso afectivo tras otro por parejas que tampoco nos duran, es como no tener pareja. Disponer de aplicaciones que nos permiten ver a un sinfín de personas a modo de escaparate para elegir quién será nuestra próxima relación, tampoco parece ayudarnos demasiado.
Es evidente que estamos inmersos en una era en la que los lazos sociales son cada vez más superficiales. Y lo son porque ahora tenemos más oportunidades para saltar de un amigo a otro, de un amor ya caduco a otro que nos aporte mayor emoción y dosis de dopamina. Este presente dominado por lo digital ha cambiado nuestra forma de relacionarnos, pero esto no siempre actúa en nuestro beneficio.
Tenemos a una generación Z, la comprendida entre los 18 y los 24 años, que evidencia cada vez más sentimientos de soledad y problemas mentales. Son esos chicos y chicas que se han criado en hogares en los que la tecnología se alzó como su forma de descubrir el mundo, entretenerse y relacionarse. Sin embargo, la insatisfacción en sus lazos sociales parece ser una constante.
El individuo moderno se mueve por gratificaciones y refuerzos. En cuanto una relación ya no le aporta la suficiente dopamina, saltará a otro vínculo social, porque, según él, siempre existirá alguien mejor.
El individualismo y el primero "yo”
Nadie puede negar que una de las necesidades más básicas del ser humano es sin duda salvaguardar su libertad. El poder decidir lo que uno quiera y necesita en cada momento es clave de bienestar. Uno se siente realizado cuando actúa en sintonía con sus valores y deseos.
Sin embargo, estamos viendo cada vez más comportamientos individualistas focalizados en satisfacer, en exclusiva, los propios intereses. El primero yo y luego yo es una dinámica que se afianza en nuestro sustrato social y hasta en nuestra cultura. Es, además, un individualismo feroz e inmaduro que está detrás de fenómenos como el ghosting.
El mercado de las emociones: si no me llenas, te dejo
Los lazos sociales débiles son más frecuentes porque hay a quien no le interesa tener amigos o parejas, lo que busca son emociones que consumir. Esto se traduce en iniciar relaciones de amistad o de pareja por el mero placer de la novedad, por ese subidón efervescente de sensaciones que nos aportan en un primer momento. Complicidad, divertimento, placer, entretenimiento…
En el instante en que las emociones pierden su intensidad y lo nuevo se vuelve rutinario dejan esos vínculos para buscar figuras que les "sigan llenando”.
La cultura de la trivialidad y las apariencias
Es posible que la actualidad esté marcada por esos lazos sociales débiles. Sin embargo, eso no quiere decir que quienes han nacido en la era de las nuevas tecnologías lo acepten y se sientan felices con este tipo de vinculaciones que caducan rápido. Todo lo contrario. Porque si hay algo que necesita un adolescente, por ejemplo, es establecer relaciones de amistad sólidas.
Ahora bien, un estudio de la Universidad de Portugal indica cómo la falta de amigos afecta a la salud mental de los jóvenes. Se sienten menos satisfechos con la vida y esto tiene un coste evidente para su desarrollo psicosocial.
Todo ello, a menudo, es consecuencia directa de esa cultura de la trivialidad que se vende a menudo en redes sociales. En un universo en el que las apariencias lo son todo, se pierden las esencias y la capacidad de comprometernos, de respetar en nuestros vínculos sociales.
La mayoría de las personas desea tener una pareja estable y amistades sólidas; sin embargo, son incapaces de cuidar esos vínculos porque priorizan más sus propias necesidades.
Una sociedad incongruente: quiero el amor, pero no sé cuidarlo
Todos conocemos la experiencia de lo que es tener lazos sociales débiles. Son relaciones en las que la comunicación falla, en las que no hay un interés real y percibimos de forma constante la costra de las falsedades. Algo así duele y también cansa. ¿Pero por qué abundan tanto este tipo de personas que parecen estar tan vacías por dentro?
Hay un hecho que debemos considerar. Hay quien no sabe construir relaciones sólidas porque carece de habilidades o porque evidencia algún problema psicológico. La ansiedad, la falta de autoestima, el peso de los traumas o haber sido educados en familias disfuncionales nos convierte, a veces, en incompetentes de las vinculaciones sociales.
Lo que veremos en estos hombres y mujeres es una incongruencia casi constante. Ansían el amor y tener amigos, pero carecen de habilidades para cuidar aquello que, supuestamente, quieren. Están tan centrados en sus necesidades y carencias que no pueden nutrir emocionalmente a los demás.
La amistad y el amor se construyen
Hay muchas razones que erigen ese fenómeno cada vez más común, definido por la fragilidad de los vínculos. La tecnología, una mentalidad que prioriza el individualismo e incluso el peso de nuestros problemas psicológicos nos arrastran hacia una percepción. La de que cada vez estamos más solos a pesar de tener más oportunidades para conectar con los demás.
Esa tremenda ironía es uno de nuestros mayores desafíos. Porque más allá de lo que podamos creer, los lazos sociales son los amarres cotidianos que sostienen nuestro bienestar psicológico. La amistad, como el amor, no se "consume”, se construye mediante el compromiso, la confianza, el respeto y el cuidado diario.
Promovamos estos pilares, ofrezcámoslos y daremos, tarde o temprano, con esas personas que de verdad valen la pena. No importa que sean pocas, porque el bienestar no está en la cantidad, sino en la calidad emocional y humana.