Las mentiras que nos decimos a nosotros mismos no siempre son piadosas. A veces, están atrapadas en la red de las falacias, el pensamiento irracional, el deseo ilusorio y también en esas narrativas mentales salpicadas por los falsos mitos… Ejemplo de ello es asumir que por el hecho de haber pasado una mala época, el destino ha generado una deuda con nosotros.
En cierto modo, casi nadie escapa a este tipo de dinámicas psicológicas. Todos hemos mentido a alguien en alguna ocasión. Ya sean mentiras blancas (con intención benevolente) o mentiras negras (las que buscan un beneficio egoísta), es difícil encontrar a alguien que nunca haya usado estos recursos. Sin embargo, el autoengaño es una práctica mucho más común en el ser humano.
Lo hacemos casi como mecanismo inconsciente de protección, para defender muchas veces nuestra autoimagen y darnos confianza. Si yo me digo a mí mismo que voy a poder con todo, logro ese torrente de motivación tan necesario para afrontar muchas dificultades. Aunque obviamente siempre habrá realidades que me superen y me hagan caer.
Saber un poco más sobre la psicología del autoengaño nos puede permitir conocernos mejor.
La teoría psicoanalítica es la que más ha profundizado en esas mentiras que nos decimos a nosotros mismos, para disipar desde miedos, ansiedad, realidades incómodas, etc.
Tipos de mentiras que nos decimos a nosotros mismos
Puede que a muchos les suene el nombre de Elizabeth Holmes. Esta química licenciada en la Universidad de Stanford creó una poderosa empresa de biotecnológica que captó miles de inversores. Decía haber desarrollado un sistema de análisis de sangre que abarataba costes y que era muy rápido. En el 2015, fue declarada la mujer multimillonaria más joven.
Ahora se enfrenta a una pena de cárcel por fraude. Todo era falso. Ahora bien, lo llamativo de buena parte de los estafadores es que para engañar a otros también se mienten a sí mismos. Lo hacen diciéndose que sus actos tienen una justificación y que, obviamente, nunca serán descubiertos. Más allá de la falta de moral, también está ese mecanismo sofisticado llamado autoengaño.
Una investigación de la Harvard Business School indica además algo interesante. Es cierto que hay muchas personas que racionalizan sus acciones poco éticas, como fue el caso de Elizabeth Holmes. Sin embargo, las mentiras que nos decimos a nosotros mismos también pueden ser beneficiosas. Por ejemplo, pueden elevar nuestra autoconfianza.
A veces, el opositor que prepara sus exámenes puede dar naturaleza de certeza a su expectativa de conseguir la plaza solo porque pasa todos los test que le plantean en la academia o los hace mucho mejor que al principio. Esa confianza puede actuar como un ansiolítico natural, lo cual sí puede ser una ventaja real de cara al examen.
Veamos ahora ese conjunto de mentiras que nos decimos a nosotros mismos.
Narrativas mentales como asumir que no tenemos tiempo para nada o que las personas deberían ser como nosotros pensamos son formas de autoengaño que generan sufrimiento.
- Me da igual lo que diga la gente
Es posible que muchos insistan en que ese no es su caso. "¡A mí me da igual lo que digan los demás!”, expresan con rotundidad y énfasis. Sin embargo, como seres sociales que somos, a todos nos suele molestar, inquietar y preocupar los juicios que otros puedan hacer sobre nosotros.
Es un razonamiento que podemos arrastrar desde la infancia. A menudo, asumimos que nunca estaremos en una determinada posición porque pensamos que hay algo que nos diferencia de los que están en ella que impide o hace muy complicado que pase.
Sin embargo, el destino es caprichoso y todos podemos tener un problema de salud mental, enamorarnos de la persona inadecuada o incluso sufrir la más burda de las estafas.
Una de las mentiras más comunes que podemos decirnos a nosotros mismos es aquella de "no tengo tiempo”.
Amarrados como estamos a nuestras obligaciones, presiones, horarios y mil y una preocupaciones, podemos tener la sensación de no encontrar una hora libre para nada. Sin embargo, es en este momento cuando asumimos la idea de que tenemos un menor control de nuestro tiempo del que pensamos.
Nos creemos cautivos de nuestras rutinas, pero en realidad son cadenas que nosotros mismos nos creamos…
- Si hago aquello o lo otro, seguro que me querrá
El amor, a menudo, es terreno abonado para las mentiras que nos decimos a nosotros mismos. Ninguna esfera nos coloca tantas vendas en los ojos e ideas poco lógicas en lo más profundo de nuestra mente como esta.
Son muchas las personas que se dicen a sí mismas aquello de "si cambio, si me cuido más, o hago esto o lo otro, mi pareja me querrá de nuevo”. Son ideas desesperadas, porque cuando el corazón es ciego, al final solo se alimenta de autoengaños.
- El mundo tiene que tratarme bien porque soy bueno
Si hay una falacia a la que damos validez es aquella en la que asumir que a las personas buenas solo les pasan cosas buenas. También que el destino siempre termina compensando de alguna manera a aquellas personas que actúan bien.
Nos encantaría que la vida funcionara con este mecanismo. Sin embargo, ese tipo de justicia divina no siempre actúa de este modo.
- Las personas tienen que ser como quiero
Es cierto, si hay un tipo de sufrimiento recurrente es querer que las personas sean como uno desea. Hay muchos padres que caen en este tipo de autoengaño. Lo hacen al dar por sentado que sus hijos serán siempre como han proyectado, que cumplirán todas sus expectativas. Sin embargo, esto rara vez sucede.
Este es un tipo de sesgo del que ya nos habló el psicoterapeuta Albert Ellis en su día.
Psicología del autoengaño: ¿por qué lo hacemos?
Buena parte de nosotros vivimos con toda una fábrica de mentiras no examinadas que nos decimos a nosotros mismos. Es un hecho que dicho artificio psicológico nos resta potencial y que, a menudo, alimenta el malestar y la infelicidad. Estas narrativas psicológicas buscan paliar la ansiedad ante realidades que, vistas sin filtros, resultan incómodas y hasta dolorosas.
A nadie le agrada admitir que lo que piensen otros le preocupa lo indecible. Tampoco es fácil aceptar que, haga lo que haga, si mi pareja no me quiere, poco podré hacer yo para recuperar su afecto. La vida es compleja, falible e incierta. Sin embargo, el cerebro crea sus propios salvavidas para mantenernos a flote en el día a día.
Nunca está de más revisar muchos de esos enclaves mentales dominados por el autoengaño. Desactivarlos, apagar esa fábrica mental nos permitirá adentrarnos en una realidad más nítida sobre la que tendremos un mayor control. Pensemos en ello.