El mundo de las emociones y su gestión presenta varias aristas. Si alguien nos dice "me cuesta abrirme a los demás”, podemos dar por hecho que es muy tímido, le cuesta conectar con sus emociones o incluso las dos circunstancias a la vez, cuando lo cierto es que no tiene por qué ser así. Hay múltiples razones que nos impiden compartir nuestro mundo emocional con otros.
Antes de explorar estas razones, conviene recordar que una actitud sostenida con la que apartamos a los demás terminará haciéndonos daño a largo plazo; afrontar las dificultades con estrategias defensivas puede ser lo más inteligente en determinadas circunstancias, pero rara vez lo es siempre.
Las relaciones sociales son fuente de salud y felicidad; pero para construirlas con una base sólida necesitamos crear intimidad, y esto solo se logra mediante la autodivulgación: es decir, exponiendo qué pensamos, cómo nos sentimos y cómo vemos el mundo.
Además, para transitar y superar las emociones negativas y complicadas es necesario dejar que respiren. O, dicho de otro modo, reconocerlas, identificar lo que nos están intentando decir y canalizar su energía por las vías que realmente más nos interesen. Si no somos capaces de hacerlo, estas pueden enquistarse, prolongar el malestar e incluso derivar en enfermedades somáticas. Así, si te cuesta abrirte, te invitamos a seguir leyendo.
¿Por qué me cuesta abrirme a los demás?
Estas son algunas de las principales causas por las que a las personas se les dificulta compartir su mundo interno con otros. Es probable que te sientas identificado con varias de ellas:
1. Escasa conexión con tus emociones
Son muchas las personas que no están en contacto con lo que sienten en su día a día. Pueden sentirse ansiosas, estresadas, tristes o frustradas, pero no le prestan atención a su estado interno, no se paran a reflexionar al respecto. Simplemente, viven en piloto automático.
De este modo, si ni yo mismo sé qué me ocurre, si no comparto ni conmigo mismo este tipo de reflexiones, difícilmente lo haré con terceras personas. En estos casos, la expresión emocional (cuando se da) suele ser explosiva e impulsiva, poco asertiva y nada deliberada.
2. Falta de práctica y de habilidad
No podemos olvidar que la expresión emocional es una habilidad que se aprende. Forma parte de la socialización temprana y el entorno familiar en el que crecimos tiene mucho que ver. Y es que, en múltiples familias no se habla de sentimientos, no se expresa el afecto abiertamente y quien se abre es tachado de débil.
De esta forma, quien crece en estos núcleos no ha tenido oportunidad para practicar esta habilidad. Y, aunque ahora deseen adoptar una posición más abierta, no saben cómo hacerlo. Es posible incluso que sus intentos anteriores hayan sido tan torpes que ha terminado consiguiendo justo lo contrario -manifestar todavía una actitud más defensiva al sentirse muy vulnerables-.
3. Estilo de apego evitativo
El estilo de apego evitativo se forma cuando un bebé o un niño tiene cuidadores que no responden a sus demandas y necesidades. Cuando el infante expresa una emoción, sus figuras de referencia responden con indiferencia, mandando el mensaje de que el niño tendrá que enfrentarse en soledad a sus problemas. Así, el niño entiende que es inútil buscar amparo o ayuda en los demás -si las personas que le quieren no les ayudan, por qué iba a ayudarles un desconocido-.
Estas personas aprenden a ocultar lo que sienten, prefieren gestionarlo a solas y se sienten muy incómodas mostrando sus emociones o lidiando con las emociones de los demás.
4. Miedo a mostrarse vulnerable
A diferencia del caso anterior, en que el mundo emocional incomoda, incluso en las relaciones más íntimas, hay otras personas que simplemente tardan mucho en abrirse a personas nuevas. Pueden ser capaces de expresarse y compartir sentimientos con ciertas personas muy allegadas, pero a la hora de establecer nuevas conexiones tienden a mantenerse en un nivel superficial.
Esto con el objetivo de no mostrarse vulnerables, no parecer débiles o no depender en exceso de alguien en quien no saben si pueden confiar. Lo que sucede es que para crear un vínculo se requiere correr este riesgo y, de no hacerlo, su círculo social puede quedar muy reducido.
5. Síndrome del salvador
Por último (y aunque esto parezca extraño), es posible que, si me cuesta abrirme a los demás, padezca el síndrome del salvador. Hablamos de quienes se dan en exceso a los demás, se involucran completamente en la vida de los otros y tratan siempre de solucionarles la vida.
Están muy cómodos hablando de los sentimientos ajenos, interviniendo e incluso haciéndose cargo de ellos; pero, paradójicamente, dejan completamente a un lado los suyos propios.
Rara vez pedirán ayuda, se apoyarán en otros o se mostrarán necesitados de afecto y consuelo. En cambio, serán los primeros en ofrecer todo esto (incluso de forma extrema) a quienes les rodean.
¿Cómo puedo abrirme a los demás?
Si me cuesta abrirme a los demás emocionalmente, estaré perdiendo la oportunidad de conectar y recibir apoyo. Así, estas son algunas pautas que pueden ponerse en práctica para comenzar a revertir esta situación:
- Comienza a prestarte más atención y a conectar con tus emociones. En lugar de dejarte llevar por ellas o de reprimirlas, date un momento para reflexionar acerca de cómo te sientes, ponerle un nombre a esa experiencia y entender por qué está ahí.
- Entiende la importancia de crear conexiones profundas con otros. Recuérdate todo lo que estás perdiendo por miedo y todo lo que ganarías si te permites intimar con los demás. Esta será tu motivación.
- Comienza a practicar, esta es la mejor forma de vencer un temor. Puedes iniciar con la escritura terapéutica, para acostumbrarte a poner en palabras tus emociones y a exteriorizarlas. A partir de aquí, escoge a una persona de confianza y empieza a abrirte con ella a tu propio ritmo, verás que la respuesta es más grata de lo que esperabas.
- Observa, valora y agradece cuando los demás se abren contigo. Ellos pueden servirte de modelo y de inspiración para hacer lo propio por tu lado.
En definitiva, se trata de vencer el miedo a ser vulnerable y de darle a tus emociones la importancia que merecen. Todos tenemos derecho a ser escuchados, apoyados y acompañados, a dejarnos descubrir por los demás; no te lo niegues.