"Cuando seas mayor lo entenderás. El que manda aquí soy yo y tu opinión no importa. Cuando ganes tu propio dinero entonces sabrás lo que es la vida”. El adultocentrismo define la posición de superioridad de las personas adultas sobre los niños y los adolescentes. Esta es una realidad del todo invisible, de la que no somos conscientes y que tiene un impacto importante en los más jóvenes.
Tanto es así que es probable que muchos no vean problema alguno en esa posición de dominio e imposición. Al fin y al cabo, ¿no son los niños criaturas sin experiencia y de las que responsabilizarnos? Lo cierto es que todo tiene un límite y la frontera está en no caer nunca en el menosprecio.
El adultocentrismo es un fenómeno similar al del androcentrismo, esa visión social en la que el hombre está por encima de la mujer. Desde el momento en que una figura concreta o un sector poblacional se ve con más derechos que los demás aparece la discriminación. Reflexionemos en ello.
Los niños y los adolescentes reclaman a menudo que se deje de verlos como sujetos pasivos. También ellos, dentro de sus capacidades, pueden aportar grandes cosas para mejorar el mundo.
¿Qué es el adultocentrismo?
El adultcentrismo hace referencia a un paradigma de pensamiento que nos lleva, en ocasiones, a percibir de manera distorsionada a los niños y adolescentes. Ejemplo de ello es verlos como sujetos pasivos, poco hábiles y sin autonomía. Al percibirlos de este modo, no dudamos en hacerlo todo por ellos, sobreprotegiéndolos hasta límites poco saludables.
Esta conducta es lo que da forma al fenómeno conocido como "la generación blandita". Bien es cierto que ese núcleo poblacional comprendido entre los 4 y 18 años se halla en un proceso de crecimiento, maduración y autodescubrimientos. Sin embargo, no por ser joven se es incompleto, incapaz o falto de cualidades.
Es más, el adultocentrismo se define, sobre todo, por esa visión de superioridad desde la cual no atender ni valorar la perspectiva del niño.
Orientación sí, menosprecio no
Todos tenemos claro que los niños necesitan protección y orientación. Sin embargo, es muy frecuente caer en el prejuicio. En ocasiones, tratamos a nuestros hijos o alumnos ignorando sus necesidades o incluso infravalorando sus capacidades. Lo hacemos cuando minimizamos sus razonamientos o les dejamos caer cosas como "ya lo entenderás cuando seas mayor”.
Hay que tener mesura, comprensión y enfoque. Si bien es cierto que como adultos sabemos muchas más cosas sobre la vida, no podemos invalidar sus capacidades y potenciales. Un niño también tiene derecho a dar su opinión. Asimismo, nuestra labor con ellos es orientarles, no menospreciarles, darles voz, razonar con ellos y dar respuesta a cualquier pregunta que nos hagan.
UNICEF llegó a redactar en el 2013 un documento orientado a concienciar a la población sobre el adultocentrismo. La necesidad de reflexionar sobre nuestras actitudes y respuestas "adultistas” nos permitirá educar y guiar mucho mejor a nuestros jóvenes.
Educar no es dominar ni infravalorar. Todo niño tiene un potencial único como ser humano y no podemos, bajo ninguna circunstancia, hacer uso de una conducta de superioridad o discriminación hacia los más jóvenes.
¿Cómo ejercemos el adultismo?
El adultismo o las conductas adultistas se dan sin llamar la atención. No todo el mundo es consciente de esas actitudes que discriminan el valor, la identidad y el potencial de niños y adolescentes. Veamos algunos ejemplos:
- Minimizar o despreciar las ideas o propuestas de los niños.
- Dar por sentado que solo por ser niños, no entienden nada.
- Descalificar sus emociones y sentimientos. Criticarlos porque lloran, porque se equivocan o demandan atención.
- No escucharles cuando hablan o pensar que aquello que expresan u opinan son tonterías.
- Despreciar sus sueños o proyectos, no tomar en serio sus metas.
- Considerar que todo niño y adolescente está condicionado a cumplir lo que le dice un adulto.
Asimismo, hay otro aspecto destacable. El adultismo también aparece en los entornos laborales al discriminar a alguien solo por ser joven. De este modo, podemos deducir que esta actitud erige un sistema de dominación y de discriminación que no nos es desconocido del todo en nuestra sociedad.
¿Cómo podemos detectar o superar la actitud adultista?
El adultismo se vincula en muchos casos con el autoritarismo. También con esa sobreprotección que ejercen muchos padres y que, como bien sabemos, termina invalidando la autonomía, identidad y madurez psicológica del niño. Este tipo de actitud resulta no solo discriminatoria, sino también dañina para el desarrollo social y emocional de la persona.
Así, no nos extraña, por ejemplo, que la Universidad de Bérgamo creara una escala de adultocentrismo para identificar este sesgo de pensamiento entre los cuidadores, comunidad escolar, etc. Por tanto, es necesario que percibamos no solo en nosotros mismos este tipo de percepciones, sino también que las corrijamos.
Estas serían algunas pautas para lograrlo:
Promover que los niños puedan dar sus opiniones sobre cualquier tema. El simple hecho de comunicar o expresar sus pensamientos no será nunca un intento de desafiar la autoridad.
Ser capaces de hacerlos partícipes en las decisiones cotidianas. Permitamos que opinen, que dialoguen, que debatan y estén al día de los problemas de casa, de la comunidad, de la sociedad, etc.
Respetar sus ideas, sus opiniones y metas personales.
Recordemos que educar no es dominar ni modelar a los niños a semejanza de sus progenitores. Es orientar, dar alas para que esa persona en pleno desarrollo y crecimiento, sea capaz de conquistar sus propios sueños y caminos.