Pertenecer a un grupo social es disponer de una alianza de personas en las que apoyarte. Es poder dar significado a tus días mediante distintas actividades en conjunto, esas en las que aprender, reír, compartir tiempo y emociones. Así, en una sociedad cada vez más individualizada y solitaria, parece que este tipo de realidades enriquecedoras están en peligro de extinción.
Pensemos en los niños y los adolescentes: muchos dicen sentirse solos. La dependencia a las nuevas tecnologías y las redes sociales los aísla y supedita a entender el ocio en lo digital y no en lo real. Asimismo, si logran crear su grupo de amigos este acaba siendo, en ocasiones, fluido y poco estable. Los sentimientos de aislamiento no tardan en aparecer, con lo que ello conlleva.
Baja autoestima, frustración, desánimo… El ser humano necesita de esa sensación de pertenencia hacia un grupo de personas, algo imprescindible en la juventud y, por su puesto, en cualquier etapa vital. Es así como aprendemos a convivir en sociedad, así como nos descubrimos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.
Sin embargo, el actual estilo de vida parece que nos está desconectando de este principio tan básico para nuestra felicidad.
Es momento de empezar a pensar más en la vida grupal, como antaño, como nuestros antepasados cuando se organizaban en pequeños grupos sociales.
Según la ciencia, pertenecer a un grupo social mejora tu salud y felicidad
Cuando nos preguntan cuántos amigos tenemos, no falta quien dice aquello de "los que puedo contar con los dedos de una mano y aún me sobran”. Es cierto, es muy común que en el viaje de la vida dispongamos de dos o tres amistades sólidas, figuras enriquecedoras en todos los sentidos y que son auténticos compañeros del día a día.
Sin embargo, descuidamos algo importante. A veces, al ampliar ese reducido círculo de amistades, ganamos en mayores experiencias. No hace falta que esas figuras sean tan significativas como nuestros amigos del alma. Al dejar paso a otras personalidades, ganamos en perspectivas, conocimientos, vivencias y sensaciones. Todo ello resulta altamente positivo para el cerebro.
El contacto con nuestra comunidad eleva el bienestar
La Universidad de Nottingham Trent realizó una investigación en el 2017 muy interesante. Estudió a casi 4000 personas para comprender el modo en que estas se relacionaban y cómo impactaba en la percepción de su felicidad. Algo que pudo verse es que cuanto más conectados estaban a su comunidad o a grupos sociales, sus niveles de bienestar aumentaban.
Limitarse solo a compartir tiempo con la familia o esos amigos puntuales no es tan significativo como ampliar un poco más el círculo. El simple hecho de hacer deporte con otras personas, apuntarse a clases de baile, participar en actos comunitarios o de ocio es lo que más revierte en la satisfacción, la salud y la felicidad.
No podemos dejar de lado que somos seres sociales. También, que somos el resultado de nuestra evolución y que nuestros antepasados interaccionaban entre sí en pequeños grupos sociales. El sentimiento de pertenencia no solo nos confiere raíces y un sustrato psicoemocional. Además, nos permite sentirnos útiles y facilita compartir con más personas experiencias de las que aprender.
Nuestra salud psicológica mejora cuando nos identificamos y compartimos tiempo con un grupo social. Recuperamos los propósitos, las ganas de vivir y la motivación.
Pertenecer a un grupo social, crear nuestra tribu particular
Los estudios sobre los beneficios de pertenecer a un grupo social son comunes en el campo de la sociología, la antropología y la psicología. Así, trabajos de investigación, como los realizados en la Universidad de Queensland, destacan algo importante. En realidad, no basta solo con tener contacto con nuestra comunidad para experimentar satisfacción.
Estas dinámicas de interacción lograrán proteger nuestra salud y el bienestar solo cuando nos sintamos identificados con ese grupo social. Es decir, los sentimientos de pertenencia se originan cuando compartimos entre todos unos mismos valores, intereses, pasiones y propósitos de vida.
Se trataría, metafóricamente, de construir nuestra propia tribu. Esa en la que pudieran integrarse figuras con quienes identificarnos, con quienes apoyarnos, ilusionarnos, reír y llorar juntos. Son alianzas sociales que parten de la empatía, las pasiones comunes y un interés real de los unos por los otros.
La conexión frente a la individualización
Es momento de reflexionar sobre el proceso de individualización actual como forma de organización social. Esto es algo que vemos a diario. Pensemos también en las personas mayores. El aislamiento incrementa los sentimientos de desesperanza y empeora la salud. Es hora de favorecer mecanismos para que los diferentes grupos poblacionales tengan mayor conexión entre ellos.
Por ejemplo, organizar dinámicas a nivel comunitario es un buen modo de facilitar esos necesitados encuentros para que las personas socialicen y creen nuevos vínculos. También nosotros, como nuestros adolescentes, debemos encontrar mecanismos para hallar a nuevas figuras con las que compartir pasiones, actividades, metas y proyectos de futuro.
Pertenecer a un grupo social es un incentivo para nuestra mente, aliento para nuestro corazón y disponer de esa tribu a la que acudir en los buenos y malos momentos.