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El yo totalitario y los sesgos de la autopercepción


La cultura popular ya ha asimilado la interacción entre las tendencias personales y la influencia del entorno. Sin embargo, existen multitud de teorías previas a esta concepción que son, como poco, curiosas de conocer. Un buen ejemplo es la teoría del yo totalitario.

En este artículo podrás leer sobre la teoría del yo totalitario, de Anthony Greenwald. La vuelta de tortilla que le da a la formación de las ideas y de la percepción del mundo es fascinante. Vamos con ella.

El yo totalitario

La concepción habitual de la formación de ideas y de la visión subjetiva del mundo es que el exterior va configurando estas a medida que tenemos experiencias.

Nuestra memoria y pensamientos serían producto de la interacción de nuestras tendencias genéticas con la influencia del ambiente. De esta forma, construimos nuestra historia.

Pues bien, como postulaba Greenwald allá por 1980, este yo totalitario sería el encargado de mantener integrada toda esta información que nos compone.

¿Cómo lo consigue? La respuesta: a través de los sesgos cognitivos o, dicho de otro modo, distorsionando cómo se procesa la información social para crear recuerdos y un concepto del yo que sea positivo.

La razón de llamarlo totalitario es, según esta teoría, que el yo sesga y selecciona la información de forma similar a como lo haría un gobierno totalitario. Los procesos que verás a continuación son muy semejantes a la censura que las dictaduras utilizan para mantener la imagen de necesidad y bondad.

Los sesgos cognitivos en el yo totalitario

Quizá ya hayas oído hablar de los sesgos cognitivos: se pueden definir como la interpretación errónea y sistemática de la información a la hora de hacer juicios, tomar decisiones o procesar los pensamientos. Aunque esto pueda parecer algo negativo, su función es realmente adaptativa, ya que facilita la toma de decisiones para la supervivencia. Sin embargo, cuando se trata de temas sociales, pueden ser un verdadero problema.

Hay multitud de sesgos cognitivos descritos, pero el yo totalitario mantendría el autoconcepto a través de tres sesgos principales: el egocentrismo, el conservadurismo y el sesgo de autosuficiencia. A continuación podrás leer detenidamente sobre cada uno de ellos.

El egocentrismo: el yo como protagonista

Si se le pide a una persona que nos relate una de sus memorias, probablemente lo contará como si fuera el protagonista de una historia. Incluso si los eventos principales del relato le ocurren a otro, esta persona contará cómo le afectaron como espectador.

Es decir, la mayor parte del conocimiento que tiene una persona sobre el mundo es autobiográfico, pues es a través de la experiencia como se construyen las memorias y el aprendizaje. De hecho, se recuerda la información mucho más fácilmente cuando tiene que ver con el yo que cuando se refiere a otros. A esto se le llama sesgo del egocentrismo.

Una de las consecuencias de este sesgo es la tendencia a exagerar la propia contribución a los hechos que acontecen a nuestro alrededor, incluso aunque no se recuerden con exactitud las participaciones de los demás. De esta manera, el yo totalitario mantiene la percepción de esa persona es importante para su ambiente.

El sesgo de autosuficiencia

Con este sesgo se consigue situar el foco de la responsabilidad por los propios actos de forma que beneficie la idea de ser eficiente y capaz. Podemos ilustrarlo con dos ejemplos:
  •     Situar el foco en uno mismo cuando se trata de un éxito: aprobar un examen estudiando el día de antes.
  •     Situarlo en las circunstancias externas o la mala suerte en los fracasos: "suspendí porque me puse enfermo y no pude estudiar”.

Por tanto, el objetivo de este sesgo es el de proteger la autoestima y crear un autoconcepto congruente con ideas positivas sobre uno mismo. También tiene valor protector contra las emociones negativas que acompañan a un fracaso. Esta creación del autoconcepto positivo y su protección es el rasgo que se comparte con los regímenes totalitarios.

El conservadurismo o la resistencia al cambio

Una autoestima y un autoconcepto deben ser mínimamente estables para garantizar su coherencia, ya que una identidad cambiante o frágil es motivo de malestar psicológico para la mayoría. Por lo general, los cambios en el ámbito de la personalidad y la identidad son lentos y constan de pequeños pasos que proyectan la sensación de estabilidad.

Por tanto, el yo totalitario favorecería todos los pensamientos y juicios que ayuden a confirmar nuestra identidad, pero no solo eso: al tratarse generalmente de juicios positivos, estaría motivando también la ausencia de cambio. Al igual que en un régimen autoritario, se persigue esta conservación de lo establecido.

Si bien el término "totalitario” no tiene una fama demasiado buena, la intención de esta teoría no es más que definir las estrategias que sigue la mente a la hora de proteger nuestra autoestima. Ni que decir cabe que el conocimiento acerca de estos "trucos” es extremadamente útil para la introspección y la sinceridad con uno mismo.

Por otro lado, esta teoría se formuló hace sesenta años, por lo que ciertos detalles pueden no encajar bien en el marco actual. El yo totalitario, paradójicamente, ha ido evolucionando a lo largo de los años para adaptarse a las teorías de la actualidad para, poco a poco y entre todos, ir desentrañando los recovecos de la mente.


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