El prefijo trans proviene del latín y significa ‘del otro lado’ o ‘a través de’. A lo largo del siglo XX, su uso ha sido fundamental para dar nombre a identidades sexuales diversas, a corporalidades cuya percepción de sí no coincide con el sexo biológico y con el género asignado al momento del nacimiento.
Así, el término trans se ha convertido en una categoría paraguas: agrupa a identidades como la transexualidad, el transgenerismo, el travestismo y las personas drag.
A simple vista, los términos "transexualidad” y "transgenerismo” pueden parecer sinónimos; sin embargo, cada uno aparece en momentos diferentes y hace referencia a características particulares de la experiencia de vida trans.
En este artículo, vamos a explorar brevemente la historia de estos conceptos, la postura ética y política involucrada en el uso de cada uno y la importancia de identificar la transfobia y luchar contra ella en la cotidianidad.
Algo de historia: la transexualidad y la mirada biomédica
El término transexualidad aparece formalmente a mediados del siglo XX, particularmente en el escenario biomédico. Fue acuñado para describir a aquellas personas cuya identidad de género se diferencia de las características sexuales de nacimiento.
La historia reconoce a los médicos David Cauldwell y Harry Benjamin como los primeros en formular y usar clínicamente este concepto. Una de las características más importantes asociadas a la idea de la transexualidad era el deseo que, de acuerdo con los médicos, las personas transexuales manifestaban de transformar su corporalidad para hacerla coincidir con el género con el que se sentían identificados.
De este modo y, de acuerdo con los cánones clínicos, procedimientos como la cirugía de reasignación sexual y la terapia hormonal se convirtieron en elementos que definen tanto a la transexualidad, como a los individuos identificados como transexuales.
Así mismo, la transexualidad se convirtió en una categoría para definir comportamientos "patológicos” y "desviados” con relación a la concordancia entre sexo y género.
Si bien tanto el DSM-V y el CIE-11 han hecho esfuerzos para reducir el estigma asociado a las identidades transexuales, diagnósticos como "disforia de género” y "discordancia de género”, respectivamente, pueden aún ser interpretados como formas de patologizar la diversidad sexual y de género y de inscribirla en el marco del binarismo normalizado.
Hacia la despatologización: transgenerismo e identidades trans
Así empiezan a aparecer identidades que prefieren ser denominadas como transgénero. Estas nacen como una crítica a la mirada biomédica y buscan enfatizar en el hecho de que las transformaciones sobre el cuerpo para inscribirlo en el binarismo masculino/femenino no tienen que ser requisito para experimentar una identidad trans.
Aunque en algunos casos las personas transgénero pueden realizarse intervenciones hormonales o quirúrgicas, realmente lo que buscan es poner en cuestión la cisnormatividad y el imperativo social de correspondencia entre la materialidad física del cuerpo y la identidad de género asumida.
Así, el transgenerismo puede leerse como una búsqueda de despatologización de la diversidad sexual y una apuesta política por comprender las formas históricas y culturales en las que hemos construido la relación con nuestros cuerpos.
A pesar de que para algunos colectivos LGBTI+, especialmente en Latinoamérica, el transgenerismo es una identidad que emerge en el norte global y que desconoce las luchas por el reconocimiento de los cuerpos diversos en el espacio público y en la integración plena en la vida social, el transgenerismo es una poderosa invitación para pensar la sexualidad y el género desde una perspectiva enriquecida.
¡Alto a la transfobia!
Con todo, lo más importante, más allá de establecer diferencias entre los términos y convertirlos simplemente en etiquetas, es reconocer que quienes encarnan estos conceptos día a día enfrentan distintas vulneraciones de sus derechos fundamentales.
Violencias que van desde el acoso, la agresión verbal (en el espacio público y en redes sociales), la persecución y el hostigamiento, hasta la agresión física, la violación y el asesinato. Sumadas la negación de servicios de salud (asociados o no a su transición de género), las dificultades de acceso a la educación y las pocas oportunidades laborales en condiciones de dignidad, reconocimiento y remuneración justa.
Además, muchas veces los medios de comunicación también se encargan de crear, difundir y afianzar estereotipos negativos hacia las personas trans, lo que a su vez mantiene y reproduce los prejuicios sociales, dando paso a nuevas formas de violencia.
Acciones como informarnos de las vivencias de las personas trans y sus experiencias de vida, utilizar los pronombres apropiados de acuerdo a la identidad de género de las personas, denunciar y no reproducir cualquier forma de discriminación, violencia o rechazo a la comunidad trans son importantes para hacer de nuestra sociedad un lugar más inclusivo y respetuoso, más tolerante con la diferencia.