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Masking: ponerse una máscara para encajar


Vivir en sociedad tiene grandes ventajas para nosotros como especie. De hecho, la interacción con los demás es fundamental para el mantenimiento de nuestra salud física y psicológica. Sin embargo, para encajar y ser aceptados por el grupo, nos vemos obligados a entrar en el estrecho molde de la aparente "normalidad”. Así, quienes difieren de este en algún sentido, se ven abocados a emplear el masking, una estrategia que puede resultar muy perjudicial.

¿Alguna vez has sentido que debías ponerte una máscara, fingir ser quien no eras para adaptarte a una situación social? Tal vez cuando, estando de duelo, tuviste que sonreír y ser mucho más amable de lo que te apetecía en el trabajo; o, quizá, esa vez que elaboraste una lista de temas adecuados para hablar con las personas que acababas de conocer. De alguna manera, las personas neurodivergentes tiene que realizar cada día este camuflaje para encajar en la sociedad. Un fenómeno que podemos seguir, por ejemplo, en la serie Amor en el espectro autista.

¿Qué es el masking?

El masking es una estrategia de afrontamiento que consiste en adaptar la conducta a lo socialmente esperado. Se trata de una suerte de camuflaje social que las personas llevamos a cabo para parecer socialmente competentes y ajustarnos a lo que se entiende por normalidad. De este modo, ocultamos los signos de divergencia y nos obligamos a actuar de forma neurotípica. Hablamos de una costumbre que, en su justa medida, puede ser muy adaptativa, pero que también pude limitarnos mucho cuando terminamos disolviendo por completo nuestra identidad en el contexto.

Entendemos por neurotípicas a aquellas personas que presentan un desarrollo neurológico típico; es decir, que piensan, sienten y actúan como lo hace el grueso de la población. Por su lado, las personas neurodivergentes tienen un entendimiento y una interpretación diferente de la realidad. Pese a que su visión es tan válida como la del resto, es común que sufran de incomprensión y se vean obligadas a "fingir” para evitar el rechazo.

¿Cómo se manifiesta?

Para comprender mejor en qué consiste el masking, pongamos algunos ejemplos:
  •     Obligarse a mirar a los ojos al conversar.
  •     Modular la voz para hacer la conversación más atractiva y llamativa.
  •     Forzar gestos y expresiones faciales adecuados al contexto que no salen de forma natural.
  •     Dedicar un excesivo esfuerzo a pensar cuándo se debe hablar, cómo respetar el turno de palabra y qué tipo de comentarios podrían resultar bruscos o irrespetuosos.
¿Quién utiliza el masking para encajar?

Como hemos comentado, son las personas neurodivergentes quienes con más frecuencia se ven abocadas a realizar este tipo de camuflaje social. Así, son sobre todo quienes se encuentran dentro del espectro autista los que más utilizan el masking. Las mujeres suelen ponerlo en práctica con mayor frecuencia y pericia; tienden a ser más capaces de adaptar su comportamiento y por lo mismo suelen estar infradiagnosticadas.

Además, quienes sufren otro tipo de trastornos psicológicos, como el TOC (trastorno obsesivo compulsivo) o el TLP (trastorno límite de la personalidad) también recurren al masking. Incluso la población general puede utilizar esta estrategia en determinadas situaciones, especialmente quienes tienen dificultades o carencias de habilidades sociales.

Consecuencias y problemas asociados

A simple vista, el masking puede parecer muy funcional; y, en realidad, cumple su función adaptativa. Permite tener un mayor éxito social e incluso puede prevenir que las personas diferentes sufran de acoso escolar o laboral. Sin embargo, a largo plazo puede tener serias consecuencias para la salud mental. Por ejemplo:

  •     Tener que estar constantemente actuando o fingiendo produce un gran desgaste psicológico. Por ello, tras periodos de interacción social, la persona puede sentirse agotada, abrumada y necesitar un tiempo a solas para recargar energía.
  •     Para camuflarse se necesita enfocar toda la energía en cumplir ciertas pautas preestablecidas: hacer contacto visual, respetar el turno, escoger cuidadosamente las palabras… Todo esto puede dificultar que la persona realmente preste atención al contenido de la conversación que está teniendo lugar. Por ello, la experiencia no es tan profunda ni significativa como podría ser.
  •     Cuando el masking se mantiene a diario y por un largo tiempo, puede derivar en episodios ansiosos y depresivos e incluso en disociación. Y es que la persona se ve desligada de sus verdaderos pensamientos, sentimientos e impulsos al tener que dirigirlos y modificarlos constantemente.
  •     Finalmente, el mayor problema es que esta estrategia no alivia el malestar del individuo ni aporta nada a su experiencia particular. Únicamente invalida su visión del mundo a fin de adaptarla a la de otros.
  • Empatía y tolerancia a la diversidad

El modo de revertir esta situación que viven muchas personas es, sencillamente, cultivar la empatía. Como sociedad hemos de abrirnos a la diversidad, a comprender que existen diversos modos de interpretar el mundo y que todos son válidos.

Es importante que aprendamos a ponernos en la piel de otra persona y a comprender su perspectiva para no obligarla a relacionarse en nuestros términos.

Cuando la diferencia deje de ser vista como negativa o causa de rechazo, las personas podremos dejar de utilizar máscaras y relacionarnos como realmente somos.


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