El mundo de la pareja resulta a veces complejo ya que se trata de una relación de tipo social en el que dos personas que se aman, pero que no siempre coinciden en todo. Sin embargo, tienen que convivir y están condenados a intentar llegar a acuerdos de alguna manera.
Discutir en pareja no es una situación extraña ni es síntoma de crisis. Hay parejas que no discuten pero que están muertas desde hace tiempo y las hay que todo lo contrario, discuten con relativa frecuencia pero a la vez son capaces de cuidar otros aspectos que les hacen ser una pareja con una salud extraordinaria.
Ahora bien, hay muchas formas de expresar nuestros derechos, intereses u opiniones y la mayoría de las veces caemos en la trampa de intentar hacernos con la razón sin medir el precio que podemos pagar por hacernos finalmente con ella.
Las discusiones al final se convierten en un partido de tenis en el que no se llega a ninguna conclusión productiva ni que aporte a ninguna de las partes. Los miembros de la pareja terminan la conversación por agotamiento y además con una sensación de amargura metida en el cuerpo, igual que el frío en los gélidos días de invierno.
¿Por qué resulta tan difícil la convivencia en pareja?
Entre las parejas que no llegan a buen puerto existen algunas coincidencias que podemos identificar. Estas coincidencias, que caracterizan a las parejas rotas, habitualmente tienen que ver con el ego o el orgullo. Por orgullo, multitud de veces salimos nosotros perdiendo y tenemos que preguntarnos si verdaderamente merece la pena.
Por orgullo, sacamos las garras para defendernos de una supuesta amenaza. Es supuesta porque, si contrastamos con la realidad, frecuentemente comprebamos que no es así, ya que estamos frente a la persona que amamos y que nos ama.
Muchas veces interpretamos las situaciones de forma sesgada y creemos que los demás persiguen hacernos daño, por lo que actuamos en consecuencia, de forma que o bien evitamos la situación y no la afrontamos o bien tomamos la opción de atacar al otro.
En el fondo de nosotros se esconde el miedo: el miedo a no ser aceptado por el otro, a no llevar la razón, a que no se nos tome en cuenta, a no ser importante o especial…
Otro motivo por el que resulta complicada la convivencia en pareja es porque no sabemos bien resolver los conflictos.
Nos cuesta un trabajo enorme llegar a acuerdos que beneficien a todas las partes implicadas. Una causa que potencia esta percepción de dificultad es el miedo a quedarnos en una situación desfavorecedora para nosotros, en la que se vea comprometido nuestro orgullo. Para salir de ahí utilizamos la rabia de manera que a corto plazo se vea salvaguardada nuestra integridad personal.
El problema es que a largo plazo nos cargamos las relaciones en general, y la de pareja en particular. Las discusiones desgastan a la pareja hasta que esta llega al hastío, al aburrimiento e incluso a tenerle miedo al otro o a las discusiones que se producen entre ambos.
Los reproches, el intentar siempre llevar la razón, las disputas exageradas y el no saber llegar a acuerdos van mermando la relación y cuando queremos poner solución a veces es demasiado tarde.
Podríamos compararlo con un folio arrugado. Si queremos volver a ponerlo tan liso como era al principio, veremos que no podremos, por más que intentemos alisarlo, siempre se verán pequeñas arrugas que han quedado producto de la presión que ejercimos sobre él.
¿Cómo sería preciso entonces discutir?
Las discusiones forman parte de una relación de pareja normal y no es conveniente huir de ellas. Piensa que muchas veces podemos crecer como relación gracias a ellas, siempre y cuando sepamos cómo nadar y construir en ellas.
No es tan importante el hecho de discutir o no discutir como el cómo discutimos, es decir, qué nos decimos, cómo lo decimos, etc.
Algunos pasos que podemos seguir cuando nos enfrentemos a una situación que supone un conflicto, son:
Ante todo, amor
Amamos a la otra persona, que no se nos olvide nunca. El otro no se ha convertido por arte de magia en nuestro enemigo ni es alguien que quiere hacernos daño. Al menos, no es lo normal y si notas que puede ser así, simplemente ¡sal de ahí!
Pero si se trata de una discusión de pareja normal, conserva el amor, las palabras respetuosas y el cariño. Se puede estar en desacuerdo con alguien y por ello no dejar de decir frases como:” cariño, yo no lo veo de esa manera” o "mi amor, a veces me sienta mal que no me ayudes con la casa”.
Empatía
Ponte en el lugar del otro e intenta pensar como él o ella piensa. No se trata de simpatizar con la forma de ver las cosas de la otra persona, pero sí de entender por qué ve las cosas de esa manera. Entiende que la otra persona tiene derecho a pensar como le plazca, al igual que nosotros, y que sus motivos tendrá para ello. La comprensión y el entendimiento abrirán tu mente.
Expresar nuestro punto de vista
Tenemos la tendencia de juzgar al otro y empezar las discusiones con un "tú”. Son típicas las frases como por ejemplo, "tú me enfadas”, "tú no pones de tu parte”, "tú eres un vago”. Olvidémonos de usar el dedo acusador y responsabilicémonos de nuestras emociones.
Si estoy sintiéndome mal, el problema es mío y se debe a que están pasando por mi mente ciertas ideas que me provocan malestar. Por lo tanto, la forma correcta es decir: "yo me siento”, por ejemplo: "Yo me siento enfadada cuando veo que no recoges tu ropa”.
La importancia del lenguaje no verbal
Todo lo que hemos comentado ha de hacerse con un lenguaje no verbal adecuado. De nada sirve decir cariño con tono irónico o expresar el "yo me siento” enseñando los dientes. Se supone que nos lo tenemos que creer, por lo tanto, lo mejor es mantenernos relajados porque no estamos ante esa amenaza que creíamos. Y relajados significa con postura abierta, contacto ocular, tono de voz relajado, etc.
Discutir bien es una cuestión de inteligencia comunicativa, pero también de autocontrol. Si a estos ingredientes les añadimos el amor, una discusión no tiene que trasformarse en una guerra que haga temblar los cimientos de la pareja.