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Cuatro señales que delatan una relación abusiva


No es fácil establecer unos parámetros rígidos para definir una relación abusiva. De hecho, el mismo criterio de "abuso” no se puede aplicar a todas las relaciones en las que hay un explotador y un explotado. En estricto sentido, el abuso como tal se configura si una de las partes está impedida para responder en igualdad de condiciones, frente a coacciones, agresiones e intimidaciones.

Hay abuso cuando alguien se vale de su posición de poder o de preeminencia para controlar la conducta del otro, en función de sus propias necesidades. Hay abuso cuando una persona se aprovecha de la fragilidad física o emocional de otro para ponerlo a su servicio. También se configura un abuso si existe alguna circunstancia por la cual una persona depende de otra y esa dependencia se utiliza para coaccionarla o coartar su libertad de acción.



    "Aquello que no es raro, encontradlo extraño. Lo que es habitual, halladlo inexplicable. Que lo común os asombre. Que la regla os parezca un abuso. Y allí donde deis con el abuso, ponedle remedio”

    -Bertolt Brecht-

A veces el abuso no es tan evidente, porque no se sustenta en golpes o gritos. A veces, simplemente se pone en marcha un proceso sistemático de descalificación, manipulación y chantaje, para que alguien se convierta en una persona incapaz de actuar, responder o decidir libremente. Al mismo tiempo, todo esto se justifica aduciendo un gran amor o la búsqueda de bienestar para el otro.

Lo cierto es que en todos los casos, el abuso deja huellas. Las deja en el corazón y en la mente. Mina los recursos creativos y hace de la vida una verdadera oda al miedo. Por eso, debes estar atento a algunas señales que pueden advertirte sobre el hecho de que estás en medio de una relación abusiva.
El miedo: una señal inequívoca de que hay una relación abusiva

El miedo es quizás la señal más evidente de que estamos ante una relación abusiva. A veces se trata de un miedo crudo y evidente: la persona se pone muy tensa en presencia del otro y piensa constantemente en los "castigos” o las consecuencias que le puede acarrear el hecho de contrariar a esa persona.
Otras veces, el miedo es más sutil. Puede manifestarse como un escrúpulo excesivo por agradar al otro. Se pretende no darle motivos para que cambie de humor y para ello se piensa constantemente en lo que se debe hacer para que esa persona esté satisfecha.

El excesivo control sobre todo lo que haces
En una relación abusiva, uno de los dos tiene que darle cuentas permanentemente al otro sobre todo lo que hace, e incluso sobre lo que piensa o siente. Te parece como si no tuvieras libertad de moverte o de actuar, sin consultar previamente o sin informar a la otra persona.
Es probable que ese control se extienda a tus finanzas, e incluso a tu forma de vestir o de peinarte. Prácticamente todo lo que haces debe pasar por la aprobación de la otra persona y si esta no se produce, difícilmente sigues adelante.
Sientes un cerco de culpas
En las relaciones abusivas, de cualquier tipo, aparece un sentimiento de culpa casi constante. Te sientes inadecuado e incapaz de defender la validez de lo que dices o haces. Esa persona que es fuente de abuso, te critica constantemente y, por eso mismo, te lleva a culparte.

Puede ocurrir una de dos situaciones, o ambas: te parece como si la otra persona tuviera la verdad y es su criterio el que sanciona lo bueno o lo malo de cada acción, o piensas que está equivocada, pero no te atreves a confrontarla. Ambos escenarios te generan culpa. En un caso, por no ajustarte a lo que ese alguien espera de ti. En el otro, por no ser capaz de poner un límite.

La amenaza y la coacción están presentes
En una relación abusiva, uno eventualmente obliga al otro a hacer algo que no quiere. Lo puede hacer por la vía de la agresión directa, o mediante amenazas y coacciones más sutiles. Sin embargo, la esencia es que tú no quieres hacer algo y te ves obligado a hacerlo por la presión del otro.
El abusivo tiene muy claro de dónde deviene su poder. Si es de la dependencia económica, sus amenazas directas o veladas se enfocarán hacia allá. Si es del miedo a los golpes, la situación será similar. Si su poder deviene de una dependencia emocional, jugará con el temor al abandono. Y así sucesivamente.
Debes tener en cuenta que si estamos hablando de dos adultos sin limitaciones físicas o mentales, para que exista el abuso se necesitan dos. Ambos son responsables del abuso y no es infrecuente que el abuso sea mutuo: mientras uno coacciona con la fuerza, por ejemplo, el otro responde chantajeándolo con victimismo. Así que se trata de una situación que se debe resolver porque, más temprano que tarde, afecta muy negativamente a los involucrados.






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