Se nos olvidó soltarnos el corazón antes que las manos. Se nos olvidó entender que es difícil alejar a quien más quieres de tu lado sin hacerle daño. Se nos olvidó que ya no caminamos juntos sino separados, y que la dependencia, el daño, los reproches y la monotonía nos han superado y, sobre todo, nos han cambiado. Ni tú ni yo tenemos ya el mismo reflejo en el espejo.
Soltarse de las manos suena a despedida, pero nos dijimos tantas veces adiós que nuestros corazones decidieron que era otra vez lo mismo, un punto y seguido. Desligar el corazón antes que las manos, reconocer que ya no nos amamos, es distinto y muchas veces más sencillo que dejar que tu corazón lata más fuerte cuando estás a su lado.
Se nos olvidó darnos espacio, tomar aire, disfrutar del yo de la misma manera que construíamos un nosotros. Se nos olvidó que amar no es depender y ahora solo sabemos estar juntos y odiarnos, porque nuestros corazones no saben latir por separado.
"Y los dos tomamos caminos diferentes, pero se nos olvidó soltarnos primeramente del corazón antes que de las manos”
-Mario Benedetti-
Se nos olvidó querernos
Se nos olvidó querernos y por eso decidimos que era hora de separarnos. Pero lo que decimos con palabras no tiene por qué ser reflejo de lo que sentimos en nuestra alma, por ello el rencor se ha hecho paso dentro de mis entrañas, ha empezado a cortarlas, en trazos finos.
Se nos olvidó ser nosotros, nos hemos convertido en dos extraños llenos de odio y ahora solo nos hacemos daño. Nos sentimos solos y traicionados, nos sentimos vacíos y sin saber vivir sin alguien a nuestro lado.
Pero, ante todo, se nos olvidó olvidarnos y reconocer que no es a "un nosotros” al que amamos. Amamos al amor que entre nosotros imaginamos, pero que no era la realidad. Solo una ilusión que construimos mientras soñábamos despiertos.
Se nos olvidó ser y empezamos a depender
Se nos olvidó ser y empezamos a depender del otro como si no hubiera vida más allá de la idealización de sus abrazos. Comenzamos a temer contradecirnos y nos robamos la voz por miedo a que una sola palabra rompiese nuestro vínculo idílico.
Dejamos de querernos a nosotros mismos por querer más al otro hasta que nos diluimos y nos perdimos en un nosotros que ya carecía de sentido. Dejó de ser amor para ser miedo a perderte y dejó de ser miedo a perderte para odiarte, porque ya no podía quererte al robarme la identidad.
Piensa. Fue entonces, cuando dejamos de respetarnos a nosotros mismos, que nos dimos cuenta que nuestro amor ya no era amor, sino que era un vínculo asfixiante que nos hacía mucho daño.
Decidimos dejar de depender y soltarnos las manos, pero ya era tarde, porque nuestro corazón no entendía el dolor de dejar de vernos y continuaba teniéndonos atados. La dependencia nos había consumido en cenizas y ya no sabíamos ser lo que antes de conocernos habíamos sido.
Tuvimos que aprender a querernos a nosotros mismos
Así, después de lo que habíamos vivido tuvimos que aprender de nuevo a querernos a nosotros mismos. Tuvimos que aceptar el dolor que voluntariamente nos habíamos infligido por tener miedo a estar solos.
Empezamos a reconocer que habíamos perdido nuestra identidad voluntariamente y que no había más culpables que nosotros mismos y nuestra necesidad de vincularnos a alguien a cualquier precio. Entendimos que, en cuestiones de amor, nunca debemos de dejar de ser nosotros mismos y por fin entonces pudimos despedirnos.