La maternidad ambivalente es un fenómeno que se refiere a dos situaciones. Por un lado, a los sentimientos contradictorios que experimenta la madre frente a su hijo: lo ama, y esto es indiscutible, pero también lo odia a veces; una ambivalencia que hace que se sienta muy confusa. Por el otro lado, hace referencia a lo que ocurre cuando una mujer no quiere ser madre, pero lo es y esto da lugar a un conflicto interior importante.
Comencemos por decir que la cultura occidental es fan del "blanco o negro”. El racionalismo cartesiano introdujo una suerte de rechazo a la ambigüedad y con base en ello se ha creado la fantasía de que "las cosas o son, o no son”. A partir de esto, existe la idea de que una contradicción debe, sí o sí, absolverse. Esto incluye a la maternidad ambivalente, por supuesto.
Como efecto de lo anterior, las contradicciones son vistas como una anomalía, pese a que todos los días comprobamos que no hay nada más paradójico que el ser humano y que esto es natural. Aun así, la inquietud por resolver la coexistencia de opuestos en favor de uno de ellos es muy común, lo que a su vez puede generar importantes picos de tensión. Veamos cómo se materializa todo esto en la maternidad ambivalente.
"Deseablemente, la madre debe ser capaz de tolerar el sentimiento de odio hacia su bebé sin nada hacer al respecto y sin vengarse, no expresándolo. Pero al mismo tiempo debe sentirlo en toda su plenitud, so pena de no ofrecer el odio que el bebé necesita para odiar. El bebé necesita el odio de la madre para odiar. Si la madre ofrece un ambiente cargado de sentimentalismo, o sea de negación de su odio, el niño no podrá tolerar toda la extensión de su propio odio”.
-Paula Campos-
Cada madre es diferente
El rechazo implícito a la contradicción en nuestra cultura es particularmente intenso frente a ciertas realidades o figuras. Una de ellas es la madre. Este rol está profundamente idealizado. De una mamá se espera que quiera incondicionalmente a su hijo. Se asume que no debe albergar ningún sentimiento de hostilidad y que solo representa el "amor total”.
Lo cierto es que una mujer no deja de ser humana por el solo hecho de convertirse en madre. La manera en la que una persona experimenta la maternidad no es algo que pueda darse por descontado. Este es un proceso que dependerá de los rasgos de personalidad de cada mujer en particular, de su historia, su realidad familiar, la relación de pareja, la condición socioeconómica e incluso sus valores religiosos o filosóficos.
Estemos de acuerdo en que cada madre tiene rasgos diferenciales, y por eso va a procesar la experiencia de tener un hijo de una manera particular. Sin embargo, y a pesar de que sea "la madre ideal”, la relación con su hijo puede tornarse problemática en determinados momentos. Siempre lo va a amar, pero en ocasiones lo odiará un poco. Su bebé también tira las cosas, muerde, exige mucho en días en los que ella está cansada, se enferma, agobia… Lo adora, pero ojalá desapareciera un par de horas… Esa es la maternidad ambivalente.
La maternidad ambivalente
Ninguna madre es tan perfecta como para experimentar sentimientos positivos hacia su hijo en todos y cada uno de los minutos de su vida. Habrá algún momento en que sentirá que su pequeño es una carga difícil de llevar. Sin embargo, la sola idea de rechazar a su hijo, así sea pasajera, puede aterrarla.
Por el otro lado, están las madres que tuvieron un embarazo no deseado o no planificado. En esos casos, la maternidad ambivalente puede ser mucho más intensa. Lo habitual es que opten por una de dos alternativas: o toman distancia de sus hijos y tratan de desentenderse de su rol, o se tornan invasivas y sobreprotectoras para compensar los sentimientos de hostilidad que experimentan en el fondo.
En los dos casos, el verdadero problema no está en las paradojas que experimentan, sino en la resistencia a mirarlas de frente y aceptar que forman parte del proceso que están viviendo. El único riesgo de la maternidad ambivalente es que en el afán por reprimir o negar el componente de rechazo hacia un hijo, se tomen caminos que resulten contraproducentes para ambos.
Es habitual que la hostilidad reprimida no desaparezca, sino que se acumule. O que la culpa por sentir lo que se siente lleve a una crianza confusa. En condiciones normales, una mujer puede amar y odiar a su hijo, sin problema: todo viene en el mismo paquete.
Ser madre es un rol que se construye día a día, paso a paso; la mejor manera de adelantar ese proceso es haciendo una conexión genuina consigo misma y gestionando de forma realista y constructiva la experiencia.