La obsesión por tener una familia perfecta ha hechizado durante siglos la mente de muchas personas. Abundan en exceso quienes sueñan con tener la pareja ideal, los hijos más brillantes, obedientes y hermosos. Aspiran a tener un hogar dominado por la armonía, sonrisas constantes, ropa y juguetes ordenados, desayunos sin prisas y cero discusiones, lloros o berrinches.
Quienes sueñen con esa fantasía de Disney están condenados a la decepción. Es más, si bien es cierto que estamos habituados a ver con frecuencia en Instagram imágenes de familias de lo más idílicas, conviene recordar que cada cual elige bien qué publicar en redes sociales. Uno muestra a los demás aquello que le gusta aparentar, nunca lo que se es en realidad.
Basta con saltar del mundo digital al mundo real para descubrir con alivio que sus vidas, como las de cualquiera, están muy alejadas de ser 100 % maravillosas. Y que sea así es lo natural, lo previsible y hasta lo esperable. Porque la unidad familiar es un organismo vivo, dinámico, cambiante y dotado también de cierto caos.
A menudo, en una misma casa habitan personalidades muy diferentes con gustos de lo más dispares. Reina el ruido, el desorden y más de una discusión que termina en portazo o en rabietas. Pero también hay risas, abrazos y diálogos constantes. Porque las familias felices y auténticas son de lo más heterogéneas, ruidosas e imperfectas…
Las personas que se focalizan en lograr que sus hijos sean perfectos aplican una crianza poco respetuosa y autoritaria.
La familia perfecta, una forma de sufrimiento
Al igual que no existen personas perfectas, tampoco hay ninguna familia perfecta. Pero aún así, y a pesar de sus defectos, pueden ser funcionales y amorosas, núcleos conformados por padres e hijos que saben quererse, respetarse y crecer juntos. Hay quien utiliza incluso la guía del 80/20 para medir la calidad y la armonía de su propio escenario familiar.
Mientras las dinámicas positivas representen el 80 % y las problemáticas el 20 % todo irá bien. Esa cuota de fricción siempre es tolerable y hasta manejable. Es común tener pequeñas diferencias con nuestros padres, como también lo es terminar discutiendo siempre de lo mismo con nuestros hermanos. Pero mientras esos choques puntuales sean llevaderos, la armonía está garantizada.
El problema llega cuando, casi desde que tenemos uso de razón, recordamos a nuestros padres focalizándose en la idea de construir una familia ideal. Ese anhelo imposible solo se logra mediante el cumplimiento de directrices muy rígidas. Porque quien sueña con la perfección educa en la infelicidad y deriva en la exigencia desmedida. También en el autoritarismo y en querer moldear mentes que han nacido para ser libres y no sometidas.
Padres que buscan el estatus con sus hijos
Buena parte de los padres que sueñan con construir una familia perfecta lo hacen focalizándose en los hijos. Son muchos los progenitores que anhelan obtener estatus a través de los logros de los niños. Los pequeños se convierten así en trofeos, en criaturas obligadas a sacrificarse para cumplir las expectativas psicológicas de sus cuidadores.
Aunque nos resulte llamativo, hay padres hipercompetitivos que rivalizan con otros padres para ver quién tiene el hijo más brillante, el que gana más premios, el que saca mejores notas. Numerosos niños son ahora medios para un fin, proyectos a largo plazo de familias perfeccionistas que aspiran escalar posiciones sociales gracias a sus vástagos…
Cómo construir una familia imperfecta y feliz
Seamos constructores de familias felices, no perfectas. Seamos incentivadores de libertad, sueños y autoconfianza, no de sometimiento, ansiedad e insatisfacción. Las familias imperfectas están conformadas por personas reales, por individuos que se respetan, que cometen errores, que discuten, que se enfadan, pero que saben llegar acuerdos porque se aman.
Reflexionemos en esas dimensiones que nos pueden facilitar alcanzar esa plácida y satisfactoria imperfección.
1. Comprensión, empatía y flexibilidad
Tanto la crianza de los hijos como la relación entre los cuidadores debe basarse en la validación emocional. También en la comprensión y no en la crítica o la amenaza.
Las familias felices están hechas de personas empáticas que saben escuchar, que no son rígidas en las normas, sino que aplican un enfoque flexible y democrático.
2. Tiempo de calidad juntos
No importa que los padres trabajen todo el día. Los momentos compartidos en común deben ser de calidad, aunque sean pocos. Asimismo, debe existir voluntad auténtica por estar junto a la familia y el deseo explícito de hacer sentir bien a los nuestros.
Aspectos como compartir juntos las comidas o las cenas y hablar sobre cómo ha ido el día, por ejemplo, resulta muy significativo.
3. Comunicar y saber negociar
Las familias felices y auténticas saben comunicarse, escucharse, expresan lo que desean y piensan sin miedo y no se juzgan. Bien es cierto que, como en todo núcleo social, surgen discrepancias y diferencias. Sin embargo, algo que les define es saber llegar a acuerdos, saber negociar.
4. Tradiciones y rituales familiares
Los rituales familiares son prácticas en las que todos los integrantes se unen para realizar algo significativo que es su seña de identidad. Algo que solo les define a ellos. Por ejemplo, hacer un viaje siempre en la misma temporada, hacer ciertos juegos divertidos en familia o tener ciertas costumbres gratificantes son un ejemplo de ello.
Una muestra de ello puede ser tener un tarro de cristal donde dejar mensajes positivos para los hijos y los padres: "te admiro, estoy orgulloso de ti”, "me encanta como eres”, "hoy lo has hecho genial”, etc.
5. Fomentar la independencia
Al contrario de las familias autoritarias, las familias imperfectas no educan en la perfección, lo hacen en la felicidad. Esto significa que guían a sus hijos para que desarrollen sus propios sueños, para que se sientan libres y capaces de lograr aquello que deseen sin imposición alguna.
Aceptar a cada miembro de la familia por aquello que es y no por lo que podría ser es de primero de bienestar psicológico. Tengámoslo presente.