La dignidad de las personas es innegociable, o al menos debería serlo. Podríamos pensar que el «trato que tiene en cuenta, ante todo, la condición humana del otro» es una constante absoluta para todos aquellos que acuden a consulta, ya sea por un problema de salud mental o física. Sin embargo, a pesar de que la gran mayoría de profesionales procuran, con mimo y cuidado, humanizar sus intervenciones, hay situaciones en las que no es así.
Dignificar la atención sanitaria implica respetar. Las personas que acuden a un profesional sanitario lo hacen, habitualmente, bajo dos circunstancias: la vulnerabilidad que perciben en su estado de salud y la confianza que depositan en un experto. En este sentido, el rol que ejercen las conductas empáticas, asertivas y compasivas se convierte en un aspecto primordial.
«Haz un hábito de dos cosas: ayudar; o al menos no hacer daño».
-Hipócrates-
¿Qué implica centrarnos en la dignidad de las personas?
La persona que acude a nosotros es un ser humano, aunque la etiquetemos con la palabra «paciente». De hecho, el término «paciente» podría ser cuestionado en el ámbito de la salud mental, ¿por qué?
La respuesta podemos encontrarla en su significado: ‘ser paciente implica esperar, pasivamente, un acto de curación’. Sin embargo, en el ámbito de la salud mental, el objetivo que se persigue con la intervención es, usualmente, el opuesto: ayudar a la persona a que de manera activa (en vez de pasiva) encuentre nuevas formas de percepción de su contexto; y de nuevos comportamientos que hagan que se sientan mejor.
Humanizar también implica abordar la naturaleza del ser humano desde sus tres vertientes: orgánica, psíquica y social (Hernández, 2008). En salud mental, los problemas suelen darse en un contexto determinado (por ejemplo, las relaciones familiares, el trabajo o las relaciones interpersonales). Esto tiene, a su vez, un correlato biológico (por ejemplo, la hiperactivación de la habénula cuando nos sentimos decepcionados); y un correlato psicológico (por ejemplo, los síntomas de depresión).
Al hablar sobre la humanización de las intervenciones nos referimos a los comportamientos que hacen al profesional más cercano, más «persona», más natural. Los profesionales de la salud están llamados a ofrecer su experiencia y conocimientos al servicio de quien acude a ellos sin realizar diferencias, distinciones o discriminaciones. Priorizando conductas sensibles y atendiéndoles de manera óptima y precisa (Olarte, 2011).
«El respeto a la vida, a la dignidad de los seres humanos y a sus derechos, sin distinción de edad, credo, sexo, raza, nacionalidad, lengua, cultura, condición socioeconómica e ideología política».
-Claudia Ariza Olarte-
Una aproximación a los elementos de este modelo
Todo profesional se ha formado durante un número de años considerable antes de ponerse delante de la persona. En este sentido cabe preguntarse, ¿cuántas asignaturas sobre trato humanitario se estudian durante la formación? A efectos prácticos, pocas materias o ninguna. El «trato humanitario» se da por hecho. Es algo que se considera inmanente al rol de un médico, un enfermero o un psicólogo. Y esto puede ser, potencialmente, un error.
Sin embargo, el trato humanitario dista de venir «de fábrica». Debe enseñarse y ensayarse. El objetivo es básicamente uno: corregir comportamientos automáticos (y en cierta medida normales) que todos tenemos, pero que pueden herir a las personas que deciden confiar en los profesionales, como consecuencia de su vulnerabilidad.
«La prudencia es fundamental en los comentarios que se hacen frente a la persona enferma».
-Claudia Ariza Olarte-
Elementos a considerar
A raíz de esta reflexión previa, podemos hacer un acercamiento a los elementos que debería contener un modelo centrado en la dignidad de las personas; aunque pueden ser muchos más. De hecho, tantos como sean necesarios para promover la humanización de la práctica sanitaria.
- Formación en trato respetuoso y humanitario, basado en la empatía y en la compasión.
- Uso apropiado del conocimiento y de la tecnología.
- Entrenamiento en prácticas de autocuidado profesional, para hacer uso de la manida, y desatendida, frase de «para cuidar, me tengo que cuidar».
- Combinación del diagnóstico y del tratamiento objetivos con la atención subjetiva al malestar afectivo y sociocultural de la persona.
- Formación en comunicación asertiva.
- Reciclaje periódico en formación deontológica.
Por otra parte, es necesario llamar a la persona por su nombre (Olarte, 2011). Puede parecer obvio, pero es fácil «deshumanizar» a la persona que acude a consulta. En este sentido, emplear términos como «paciente de oncología», «paciente con depresión», o «el que tiene dismorfia muscular» pueden resultar extraordinariamente deshumanizantes. Las personas distan de «ser» los problemas que padecen. Son más, muchísimo más. Son seres humanos con nombre e historias biográficas únicas.
Como hemos visto, las personas que acuden a la consulta lo hacen porque están mal. Esto no debe implicar que el profesional se autoperciba como «superior». De hecho, la situación exige un respeto extremo. En palabras de Claudia Ariza, «parece exigir mayor veneración y miramiento en el trato con él». Precisamente por su vulnerabilidad, la persona merece ser tratada con un respeto, si cabe, superior.