Decía el psiquiatra y neurólogo Viktor Frankl, que la vida, en última instancia, no es más que asumir la responsabilidad de encontrar las respuestas adecuadas a cada problema que se nos presente. Es cierto, pero como bien sabemos, no es fácil dilucidar cuáles serían las mejores estrategias ante los desafíos que nos propone el destino.
Es ahí cuando entra muchas veces en juego la terapia psicológica. La finalidad de los diferentes modelos psicoterapéuticos es guiar a la persona para que, por sí misma, tome las mejores decisiones partiendo de sus propios valores y necesidades. Con tal propósito, existen enfoques tan enriquecedores como vitalistas que vale la pena conocer.
La terapia de la esperanza es una corriente inspiradora que busca ofrecer herramientas a los pacientes, para que puedan lidiar mejor los instantes difíciles. Porque todos pasamos por circunstancias en las que, de pronto, el presente se nos hace un nudo y el futuro se empaña por completo. Es en este escenario que agradecemos amarrarnos a algo ante esas olas que, casi sin saber cómo, nos llevan a la deriva.
Conozcamos en qué consiste esta terapia que se nutre de la psicología positiva.
Cuando la esperanza vuelve a la mente, los pensamientos se vuelven más flexibles y enfocados a objetivos. Nuestra conducta, además, se orienta hacia patrones más positivos y beneficiosos para nosotros.
Terapia de la esperanza: definición y objetivos
Vivir sin esperanza es quedar recluido en un rincón mental angustiante donde es muy fácil ser prisionero de la depresión. El ser humano no puede vivir sin esa luz interna que, a modo de faro, guía nuestras metas y los ánimos para poder levantarnos cada día. No nos debe extrañar, por tanto, que exista un modelo psicoterapéutico basado en esta dimensión.
La terapia de esperanza es una forma de tratamiento breve y semiestructurado que encamina al paciente hacia la consecución de metas. Se trata de un enfoque que hunde sus raíces en la teoría cognitiva de la esperanza formulada por Charles Snyder.
En un trabajo publicado por él mismo en el 2002, define sus bases y propósitos. El pensamiento esperanzador sería ese mecanismo mental que insta a la persona hacia la consecución de objetivos y, también, a la superación. Todos necesitamos ese componente motivacional para imaginar nuevas rutas dirigidas al cambio, de manera que se pueda afrontar lo que duele y dar forma a la vida que queremos.
Estamos ante una corriente terapéutica que parte de la psicología positiva y que, a su vez, integra intervenciones cognitivo-conductuales, herramientas narrativas y conceptos de la terapia centrada en soluciones.
Mejorar la esperanza consiste en tener pensamientos más positivos enfilados hacia nuevos caminos que nos conduzcan al bienestar.
Estrategias que definen esta terapia
Una de las figuras más destacadas en el campo de la terapia de la esperanza fue Shane J. López. Además de miembro de la Asociación Americana de Psicología (APA), fue autor de libros como Making Hope Happen: Create the Future You Want for Yourself and Others, 2013.
En uno de sus trabajos de investigación, López definió este enfoque como ayudar a la persona a que construyera una casita interna de esperanza. Se refirió a un espacio desde el cual mejorar sus autopercepciones más profundas y asentar las bases de un pensamiento agente concentrado en un objetivo. Veamos ahora, cuáles son esas estrategias que definen a este interesante modelo.
1. Mejorar las creencias autorreferenciales de la persona
Uno de los propósitos de esta terapia es facilitar que el diálogo interno sea más esperanzador y menos debilitante. Por lo general, muchas personas inician un proceso terapéutico porque arrastran consigo ideas y autopercepciones negativas y muy sesgadas. El primer paso será siempre trabajar lo cognitivo, para abrir nuevas perspectivas y facilitar el cambio conductual.
2. Infundir un sentido de la esperanza orientado a objetivos
Los pensamientos esperanzadores son aquellos que nos hacen soñar con nuevos caminos para el bienestar; la estrategia es pensar en nuevas metas, en nuevos objetivos. Estos últimos son como puentes que nos harán salir de ese instante oscuro hacia el futuro que merecemos.
3. Reestructuración cognitiva para facilitar el cambio
Como señalamos, la terapia de la esperanza hunde sus raíces en la terapia cognitiva-conductual. Uno de sus pilares es precisamente la reestructuración cognitiva. Gracias a ella, se moldean, flexibilizan y se cambian esas creencias y razonamientos más disfuncionales por una mirada interna saludable y positiva.
4. Alianza terapéutica para facilitar la participación de la persona
El profesional entrenado en la terapia en cuestión sabe que el cambio no será posible si no logra una alianza significativa con el paciente. Se debe crear un entorno terapéutico seguro, nutritivo y con base en la confianza, desde el que se despierten las fortalezas de la persona.
Esta última debe percibir que tiene un papel activo en su proceso de crecimiento y sanación. Sesión a sesión, tomará conciencia de que puede ser un agente activo para el cambio que necesita, que puede aplicar nuevas herramientas para alcanzar el bienestar. El terapeuta es ese facilitador que logra impulsar lo mejor de su paciente.
5. Mejorar habilidades de planificación y solución de problemas
La terapia de la esperanza no consiste en exclusiva en despertar el pensamiento de que «todo saldrá bien». Consiste en infundir un pensamiento más positivo y motivador encausado a nuevas ilusiones y nuevos propósitos en los que trabajar. Es lograr que el paciente desarrolle una perspectiva vital más resiliente y confiada.
Para alcanzar esa cima, conviene mejorar en la persona sus habilidades de planificación, de resolución de problemas y también de gestión emocional. Todos estos pilares contribuyen a la construcción de una autoestima más fuerte y a una mejor autoeficacia.
La terapia de la esperanza posibilita vernos bajo un prisma más favorable y empoderado. Esto resulta útil para casos clínicos de depresión, instantes de crisis o de duelos personales.
Nota final
Infundir un sentido de esperanza resulta muy beneficioso para quien esté en plena batalla con una depresión. También para quienes estén en pleno duelo tras una ruptura afectiva, o bien, tras haber perdido a un ser querido. Asimismo, las personas que estén en plena crisis existencial o en instantes de hacer frente a un cambio, verán en este modelo una gran herramienta.
Cabe señalar que este enfoque terapéutico cuenta con bases avaladas por la ciencia y que se asienta sobre otras terapias muy reconocidas como es la cognitivo conductual. Estamos, por tanto, ante un recurso tan interesante como útil para paliar la angustia y habilitarnos en esas herramientas que nos transforman en agentes activos del cambio que necesitamos. Ese que tendrá en la esperanza su principal combustible.